viernes, 26 de abril de 2024

Comer, aunque sea algo

 



Nunca hubo tantos concursos gastronómicos, se vendieron tantos libros de cocina o existieron tantos restaurantes malos de solemnidad en España. A mi entender, nunca se comió tan mal ni los camareros trataron al cliente con tanta falsa e irritante familiaridad. Los despachos de hamburguesas,  kebabs, pizzerías y bocadillos (la palabra "bocata" no la soporto) se han disparado, de la misma manera que está perdiendo fuelle el consumo de vino de mesa en beneficio de la cerveza, que para más inri ya hasta la toman a morro los maleducados chillones que no sueltan el teléfono móvil, que chupan el cuchillo y que se limpian los labios con el mantel. Lo cierto es que cambian los gustos, la gente busca la economía a la hora de comer y ya se almuerza más con las manos que con cuchillo y tenedor. La mesa y mantel solo se utilizará, a este paso, en grandes eventos, en comidas de negocios (los empresarios las desgravan, los autónomos, no) y en restaurantes de carretera, hoy sustituidos en autovías por áreas de servicio donde se come caro y mal, debes acarrear la bandeja a la mesa y pagar antes de sentarte. Pero si encuentras un bar cómodo, te sientas en un taburete de la barra si es que queda alguno libre, pides una hamburguesa y una cerveza, la consumes y te largas diez minutos más tarde para ir de vuelta a la oficina o al tajo a poner ladrillos. Claro, el día que esa misma persona está  invitada a una boda, se sienta en una mesa con mantel blanco y le ponen tres platos delante, puede volverse majareta. No digamos nada si uno esos platos es de pescado y no sabe cómo utilizar los cubiertos habilitados para ello, si por presumir de fino intenta pelar las gambas con cuchillo y tenedor, si no sabe cómo colocar la servilleta o hasta dónde debe llenar la copa…, vamos, un lío. Hay un dicho: “el buey suelto bien se lame”. Viene a decir que si uno en el modesto restaurante de carretera tiene calor, se quita la americana; si quema la sopa, sopla; si le sabe excelente la comida, rebaña el plato sin complejos; el pan lo trocea como le viene en gana; y si tras el postre opta por un carajillo de brandy peleón, se lo toma. Y mientras come puede ver la televisión, hablar con el camarero  si éste le da carrete, o echar un vistazo a la prensa entre plato y plato. Nadie se fijará en él. Todos los comensales van a lo suyo y dicen el consabido “que aproveche” al vecino de mesa cuando se marchan para continuar ruta, eso sí, tras haberse apropiado de un mondadientes para ponérselo en la boca. A los comensales de carretera, bien sean camioneros o vendedores de lencería fina, les ocurre como a aquellos hidalgos que no tenían donde caerse muertos y se ponían migas de pan entre las barbas cuando abandonaban la venta para proseguir viaje en diligencia. Ahora los camineros llevan fiambrera para ahorrarse las dietas y los representantes de comercio al por mayor y al  detall optan por visitar un fast food y tomar una hamburguesa con nombre creativo y escrita en inglés, por aquello de que las penas con pan son menos; o tomar un bocadillo de esos que levantan pasiones. Ya digo, los restoranes de postín, esos que exigen a los clientes buenas composturas y tienen la carta escrita en francés, están perdiendo fuelle. El poder adquisitivo medio de los españoles no da para muchas ostentaciones. Se venden muchos libros de cocina con fotos de platos que abren el apetito al mirarlos con atención, pero nada más. De ilusión también se vive. Por eso se inventaron las “gulas” elaboradas con aparente surimi (que no es surimi sino un kamaboko industrial de pescados de baja calidad que no tendrían salida de otro modo), los palitos de cangrejo con una tonelada de aditivos, y las barritas de merluza, que no es merluza.  Lo cierto es que nunca se vendieron tantas latas de sardinas para meter en un pan infame. Son saludables, aunque el aceite empleado ha bajado en calidad. El aceite puro de oliva ya es casi historia. También tienen sus contraindicaciones, al contener una sustancia natural llamada purina y, por tanto, un consumo excesivo de esta sustancia puede provocar en algunas personas un aumento del ácido úrico y generar cálculos renales. Pero no pasa nada, de algo hay que morir aunque sea de un atracón de colesterol en vena.

 

jueves, 25 de abril de 2024

La banda de los "simpa"

 


Recuerdo que, cuando de pequeño viajaba con mis padres, al entrar el revisor en el compartimento, además de los billetes había que enseñarle el carnet de familia numerosa que justificaba el descuento practicado. También recuerdo que la mayoría de viajeros eran empleados de la Renfe (se le añadía a las siglas el artículo femenino singular como si se tratase de una cabaretista de cafetín) que usaban kilométrico y estaban exentos de pago. Me daba la sensación de que solo sufragábamos la red ferroviaria cuatro primos. Lo mismo  me sucede ahora cuando voy a un espectáculo de un teatro municipal. La mayoría de los espectadores que usan palcos son funcionarios municipales o gente relacionada con los medios informativos, que reciben entradas y ven la función sin que les cueste un ochavo. Ya pasó en Zaragoza con la “Expo” de 2008. El ciudadano corriente hacía filas interminables para poder entrar en un pabellón con un sol de plomo, mientras veíamos como por otra fila más fluida pasaban, de marrón por supuesto,  parientes de concejales y de caciques que no habían pasado por taquilla. Este es un país donde nunca pagas lo que consumes si eres “de la banda de los simpa” o llevas una gorra en la cabeza. Aquí le pones una gorra de visera a alguien y de inmediato comienza a dar órdenes a troche y moche como un sansirolé en la procesión del Corpus. Tal vez por esa razón se respete tanto a los “gorrillas” aparcacoches. No cabe duda de que hay gente con la que trae más cuenta estar a bien que a mal: verbigracia, los ordenanzas de los juzgados; los celadores de hospitales; ese número de la Guardia Civil que viven en tu casa dos pisos más arriba; o el cura de la parroquia que parece que no sabe, pero sabe y mucho. Además de poseer hilo directo con el Cielo, es sabedor de cuándo hay “overbooking” en la entrada, si es que pensamos en hincar el pico. Sabido es que quién no tiene padrino no se bautiza, por muy hidalgo ruinoso que sea y por mucho que airee a las cuatro rosas de los vientos su quejumbre. Hoy leo una noticia en el Correo de Zamora que me ha dejado ojiplático: “El tren regional de Puebla de Sanabria a Zamora y Valladolid cuenta ya con revisor”. Eso equivale a decir que, hasta la fecha, al ir solo al maquinista en la locomotora, no pagaban billete ni sanabreses, ni vallisoletanos ni los viajeros de pueblos del trayecto; eso sí, todos gente de bien, pese a montar en estaciones donde si estaba habilitada la venta de los billetes, o  ciudadanos que contaban con el “abono gratuito para viajeros recurrentes”, pero que en lugar de montar en Zamora o Valladolid lo hacían en paradas intermedias, lo que no está permitido y requiere sacar otro ticket. Pero la paradoja es que muchos viajeros que sacaban abonos de transporte criticaban la falta de revisor puesto que habían desembolsado 20 euros de fianza frente a la obligación de realizar al menos 16 viajes en 4 meses. Y, claro, al no poder justificar el uso temían perder la fianza por no poder demostrar que había realizado tales recorridos. Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Los castellanos, ya se sabe, cuando van a la pescadería pretenden adquirir pescadilla gorda que pese poco; algo incongruente, que no viene de congrio.

 

miércoles, 24 de abril de 2024

Traviesas emponzoñadas

 


Muchos tramos de vía férrea han sido desmantelados por su falta de uso, entre ellos la línea Calatayud-Cidad-Dosante, que formaba parte del inacabado ferrocarril Santander-Mediterráneo. Sus vías y traviesas de madera fueron subastadas por Renfe y adquiridas por el mejor postor. Y  muchas de esas traviesas ferroviarias las he visto más tarde colocadas en jardines públicos remodelados. Era, supongo, una manera de darles a esos maderos una segunda vida. Pues bien, resulta que leo en Heraldo-Diario de Soria, cito textual, que “la Guardia Civil de Soria investiga 5 empresas por comercializar traviesas con riesgo de cáncer”. Parece ser que esas maderas estuvieron tratadas con creosota para su conservación y es nociva para la salud si se expone en tiempos prolongados. La creosota  es una mezcla de diversos químicos. Hay varios tipos distintos de mezclas. La más común es la creosota de alquitrán de hulla, con la que también se impregnaban postes telegráficos. Se produce al calentar el carbón a altas temperaturas. Es un líquido aceitoso de color amarillento o negro que no se disuelve fácilmente con el agua y tarda mucho tiempo en degradarse. También están expuestos a ese peligro los deshollinadores de chimeneas. En consecuencia, no debe quemarse la madera impregnada con esa sustancia para evitar sus emanaciones, ni colocarla en granjas con animales estabulados. Según ese diario, las traviesas a las que se hace referencia iban a ser transportadas a una empresa de Ibiza sin cumplir lo exigido a ese respecto en la normativa ambiental vigente (Orden MAM/304/2002, de 8 de febrero) sobre valoración y eliminación de residuos, según consta en una “Lista Europea de Residuos Peligrosos” sobre protección del medio ambiente. (BOE núm. 61, de 12 de marzo de 2002). Aprovecho para señalar que Cidad-Dosante fue una estación de ferrocarril para viajeros y mercancías inaugurada en noviembre de 1930, hoy abandonada, situada en Dosante, una de las 14 pedanías de la Merindad de Valdeporres (Burgos), que fue una de las 7 realengas de Castilla la Vieja, cuyo núcleo principal es Pedrosa de Valdepores. Años después se llegó a construir una nueva estación de ferrocarril en dirección Santander denominada Valdeporres que nunca entró en funcionamiento. La historia fue la siguiente: Tras la nacionalización de la red ferroviaria española, en 1941, el Estado tomó la decisión de completar la construcción del ferrocarril Santander-Mediterráneo. Se optó por un nuevo trazado que seguiría ruta Santelices-Boo y dispondría de ocho estaciones entre las que se encontraba ésta, que llegó a ser construida. Pero en 1959 los trabajos fueron abandonados. Tengo entendido que esa estación es hoy un albergue. Antes, en 1938, se hizo una vía de empalme con el ferrocarril de La Robla. A partir de 1966 los servicios de viajeros del tramo Trespaderne-Cidad pasaron a tener en la estación de Villarcayo su última parada. La línea Santander-Mediterráneo fue clausurada el 1 de enero de 1985. Más tarde me he enterado de que el gran negocio del Santander-Mediterráneo nunca fue acabarlo sino construir determinados tramos, los menos dificultosos, a costa del Erario público, y hacerse con las subvenciones, las 654.000 pesetas de entonces que concedía el Estado por cada kilómetro construido, sin tener en cuenta el relieve del suelo. La compañía Anglo Spanish nunca estuvo interesada, como digo, en llevar a cabo el tramo más caro de la línea por su dificultad. ¡Qué rico sería nuestro país de no haber existido tanto pícaro suelto!

 

lunes, 22 de abril de 2024

Sablistas de libros

 


Se da la paradoja que cada día que pasa cierran más librerías y aumenta el número de escritores. Hoy cualquier pelagatos con ínfulas y afición de vate edita un libro con las técnicas actuales, eso sí, pagando de su bolsillo la primera edición porque nunca hay una segunda. Tengo amigos poetas que, cuando te los encuentras por la calle, le informan de que han escrito un nuevo libro recopilatorio de sus últimos trabajos. Como le digas que te gustaría tener uno, te toman la palabra y hasta te lo llevan a casa. El recién llegado te lo dedica, le das las gracias y cuando crees que se va a marchar te recuerda que le debes 15 euros, que no lo regala. Se lo pagas, no te da las vueltas del dinero que le entregas por no llevar cambios, se sube el cuello de la gabardina, toma el ascensor como el que pilla un taxi y se larga a otro barrio en busca de otro primo. El libro, normalmente de menos de cincuenta páginas, lo dejas por ahí en cualquier estantería y te olvidas. Hasta que un día lo tomas entre tus manos y lo hojeas. Te resulta insoportable el rosario de chorradas que pone y lo vuelves a dejar donde estaba para que siga durmiendo y se llene de polvo. Pero un día, haciendo limpieza, decides tirarlo al cubo de la basura. De entre esos sablistas de libros conocí a uno de ellos, Paco Colindres, que al estar jubilado cada día se acercaba a la biblioteca municipal no a leer cualquier cosa sino a darse paseos por los pasillos. En cierta ocasión hasta ganó el premio de un certamen literario promovido por una casa regional al que acudía casi todos los días para tomar un chato en su ambigú y, por aquello de ir por atún y ver al duque, hacerse notar entre los socios oriundos de aquella región que se creían representantes subsidiarios de su lugar de procedencia casi en calidad de ‘embajadores’, tratando de no perder la esencia del terruño del que un día salieron en busca de mejores oportunidades. Como digo, Paco Colindres logró el máximo galardón con un relato tedioso donde solo se habían presentado cuatro candidatos, o sea, dos escolares, un catequista y él. Su egolatría aumentó dos días más tarde, cuando la prensa local publicó la noticia del fallo de aquella casa regional y el nombre de su ganador. Más tarde llevó el manuscrito a una imprenta para que tirasen una cincuentena de ejemplares, que pensaba engrosar con el añadido de dibujos a plumilla de una conocida de la  tertulia literaria ‘Alberto Insúa’ , con sede en el ‘Café Antillano’, donde un ramillete de poetas se reunía todos los jueves a la atardecida para comentar sus últimas creaciones sobre mesas de velador y vasos de agua. Estoy convencido de que cualquier día sonará el timbre de mi casa, abriré la puerta y me toparé de frente con Paco Colindres para dedicarme el exitoso libro. Y bajará más tarde en el ascensor para no romperse la nuca por las escaleras después de habérmelo dedicado, de haberse metido al coleto, como es su costumbre, dos copas de anís de Chinchón, media docena de bizcochos de soletilla, unas rodajas de cecina de chivo de Astorga y…, ¡cómo no!, de habérmelo cobrado a precio de librería de los ferrocarriles.

 

domingo, 21 de abril de 2024

A vueltas con dos fastos

 


Da mucho de si el tema. La fiesta de Villalar es la fiesta de una derrota. Ahora resulta que la Junta quiere cargarse los fastos de ese día por considerarlos “cosa de rojos”. En ese sentido, hoy en El Correo de Zamora, Luis Miguel de Dios comenta que “no les importa que, durante unos cuantos años, el presidente de la Junta, algunos de sus consejeros y otros destacados miembros del PP hayan acudido a rendir homenaje a los muertos en 1521, especialmente a los capitanes Padilla, Bravo y Maldonado. Y no les gusta que miles de personas vayamos todos los años a proclamar nuestra fe en Castilla y León y en la necesidad de hacer todo lo posible para lograr un porvenir mejor”. Pactar con Vox para poder gobernar es lo que tiene. Por otro lado, Unión del Pueblo Leonés entiende que León no tiene nada que ver con aquellos acontecimientos de Villalar. Ignoran que León fue ciudad comunera, que de Salamanca salieron los textos que precedieron a la revuelta contra el advenedizo Calos I y que Maldonado era salmantino. En Aragón ese día, 23 de abril, se celebra la fiesta de san Jorge basada en una vieja leyenda enraizada según la cual el santo, soldado de Capadocia, más tarde decapitado, batió a la bestia y liberó al reino. De hecho la  cruz de san Jorge aparece en el tercer cuartel del escudo de Aragón, junto con cuatro cabezas de moros, representando la victoria de Pedro I en la batalla de Alcoraz. Con la llegada de la democracia se proclamó fiesta oficial de Aragón. Y los pasteleros crearon un pastelillo con la idea de que fuese tradicional para esa fiesta: el lanzón, un bizcocho con nata, turrón, yema tostada y licor 43 para emborrachar el bizcocho, creado en 1982 en el obrador de  Amadeo Babot. En la parte superior de ese dulce lleva la bandera de Aragón, la cruz de san Jorge y un cachirulo. Todo ello más cursi que un ataúd con pegatinas. Posteriormente, la Asociación Provincial de Pasteleros y Provincia creó el Premio “Lanzón”, un dibujo enmarcado que desde 1984 cada año se entrega a personas o grupos distinguidos a criterio del gremio de confiteros. Lanzón es el nombre de una lanza corta y gruesa con rejón de hierro ancho y grande a modo de chuzo que solían usar los guardas de las viñas y los serenos. Lanzón, cuentan que era el nombre del terrible dios de Chavín, un hombre-jaguar sonriente con los dientes descubiertos y las uñas largas pegadas a los costados; también se conoce por ese nombre a una estela de granito en el corazón de un templo situado en lo más alto de los Andes peruanos, como  un pivote central que conecta el cielo, la tierra y el inframundo. Ignoro si a los chicos de hoy se les enseñarán en los institutos quién fue el obispo Antonio Acuña, ejecutado en 1526; el  pesquisidor Ronquillo, alcalde de Zamora; Bernardino de Valbuena, gobernador de Villalpando; o  María Pacheco, mujer de Padilla, resistente en Toledo tras la batalla de Villalar frente a las tropas reales y, tras su muerte, enterrada en la catedral de Oporto. Ni la fiesta de Villalar es cosa de “rojos” ni la fiesta de san Jorge es para ser tomada en serio. Tanto es así que en la televisión del Estado ese día solo se comenta en los telediarios la fiesta catalana de sant Jordi, pese a ser día laborable, y se hace referencia a dos regalos tradicionales: libro y la rosa. Es una fiesta promovida, y que se mantiene, por el catalanismo conservador desde el siglo XIX, basada en una leyenda de la Edad Media, donde un caballero mata al dragón para salvar a la princesa, como aparece en la “Leyenda dorada”, una compilación de relatos hagiográficos titulada inicialmente “Legenda sanctorum”, reunida por el fraile dominico Jacobo de la Vorágine, arzobispo de Génova, a mediados del siglo XIII.