Nunca hubo tantos concursos
gastronómicos, se vendieron tantos libros de cocina o existieron tantos restaurantes
malos de solemnidad en España. A mi entender, nunca se comió tan mal ni los camareros trataron al cliente con tanta falsa e irritante familiaridad. Los
despachos de hamburguesas, kebabs, pizzerías y bocadillos (la palabra "bocata" no la soporto) se han
disparado, de la misma manera que está perdiendo fuelle el consumo de vino de
mesa en beneficio de la cerveza, que para más inri ya hasta la toman a morro los maleducados chillones que no sueltan el teléfono móvil, que chupan el cuchillo y que se limpian los labios con el mantel. Lo cierto es que cambian los gustos, la gente busca la economía
a la hora de comer y ya se almuerza más con las manos que con cuchillo y
tenedor. La mesa y mantel solo se utilizará, a este paso, en grandes eventos,
en comidas de negocios (los empresarios las desgravan, los autónomos, no) y en
restaurantes de carretera, hoy sustituidos en autovías por áreas de servicio
donde se come caro y mal, debes acarrear la bandeja a la mesa y pagar antes de sentarte. Pero si encuentras un bar cómodo, te sientas en un
taburete de la barra si es que queda alguno libre, pides una hamburguesa y una
cerveza, la consumes y te largas diez minutos más tarde para ir de vuelta a la
oficina o al tajo a poner ladrillos. Claro, el día que esa misma persona
está invitada a una boda, se sienta en
una mesa con mantel blanco y le ponen tres platos delante, puede volverse
majareta. No digamos nada si uno esos platos es de pescado y no sabe cómo
utilizar los cubiertos habilitados para ello, si por presumir de fino intenta
pelar las gambas con cuchillo y tenedor, si no sabe cómo colocar la servilleta
o hasta dónde debe llenar la copa…, vamos, un lío. Hay un dicho: “el buey
suelto bien se lame”. Viene a decir que si uno en el modesto restaurante de
carretera tiene calor, se quita la americana; si quema la sopa, sopla; si le
sabe excelente la comida, rebaña el plato sin complejos; el pan lo trocea como
le viene en gana; y si tras el postre opta por un carajillo de brandy peleón,
se lo toma. Y mientras come puede ver la televisión, hablar con el
camarero si éste le da carrete, o echar un
vistazo a la prensa entre plato y plato. Nadie se fijará en él. Todos los
comensales van a lo suyo y dicen el consabido “que aproveche” al vecino de mesa
cuando se marchan para continuar ruta, eso sí, tras haberse apropiado de un
mondadientes para ponérselo en la boca. A los comensales de carretera, bien
sean camioneros o vendedores de lencería fina, les ocurre como a aquellos
hidalgos que no tenían donde caerse muertos y se ponían migas de pan entre las
barbas cuando abandonaban la venta para proseguir viaje en diligencia. Ahora
los camineros llevan fiambrera para ahorrarse las dietas y los representantes
de comercio al por mayor y al detall
optan por visitar un fast food y
tomar una hamburguesa con nombre creativo y escrita en inglés, por aquello de que
las penas con pan son menos; o tomar un bocadillo de esos que levantan pasiones. Ya digo, los restoranes de postín, esos
que exigen a los clientes buenas composturas y tienen la carta escrita en
francés, están perdiendo fuelle. El poder adquisitivo medio de los españoles no
da para muchas ostentaciones. Se venden muchos libros de cocina con fotos de
platos que abren el apetito al mirarlos con atención, pero nada más. De ilusión
también se vive. Por eso se inventaron las “gulas”
elaboradas con aparente surimi (que no es surimi sino un kamaboko industrial de pescados de baja calidad que no tendrían
salida de otro modo), los palitos de cangrejo con una tonelada de aditivos, y
las barritas de merluza, que no es merluza. Lo cierto es que nunca se vendieron tantas latas
de sardinas para meter en un pan infame. Son saludables, aunque el aceite
empleado ha bajado en calidad. El aceite puro de oliva ya es casi historia. También
tienen sus contraindicaciones, al contener una sustancia
natural llamada purina y, por tanto, un consumo excesivo de esta sustancia
puede provocar en algunas personas un aumento del ácido úrico y generar
cálculos renales. Pero no pasa nada, de algo hay que morir aunque sea de un atracón de colesterol en vena.