lunes, 23 de agosto de 2010

Cuesta imaginarlo

Jesús Fonseca, en La Razón, cuenta lo siguiente: “Pocas personas despiertan ahora mismo tanta expectación como la Princesa de Asturias, para qué vamos a negarlo. Algo muy normal, teniendo en cuenta que doña Letizia pone siempre una nota cercana y entrañable a sus intervenciones públicas”. Que yo sepa, la Constitución Española no señala nada en concreto sobre las atribuciones de las consortes tanto del Rey como del Príncipe de Asturias. Sencillamente porque no las tienen. En una Monarquía, en este caso Parlamentaria, da igual si la consorte del Rey visita una escuela de niños sordomudos, asiste a un concierto, o amadrina la botadura de una fragata. Fonseca hace referencia en su artículo “La polémica de la Princesa” a la intervención de Letizia Ortiz en la clausura de unas jornadas con motivo del Día Internacional contra la Lucha del Trabajo Infantil. Al hacer hincapié Letizia en que 115 millones de chavales trabajan en las peores condiciones, uno de aquellos chiquillos asistentes al acto le preguntó con la mayor ingenuidad, “¿cuánto son 115 millones de niños? Y Letizia, sorprendida por la pregunta, se limitó a decir que “cuesta imaginarlo”.

A cualquier español le cuesta también imaginar de qué manera se gasta el dinero público (escoltas, parabienes, caos en el tráfico, etcétera) cuando se trata de encuentros de consortes palaciegas a actos de caridad, inauguraciones absurdas donde siempre se colocan placas recordatorias, o visitas a colegios de niños que, ni saben qué utilidad tiene la Monarquía, es decir, la Jefatura del Estado hereditaria, en pleno siglo XXI ni entienden cómo habiendo tanto niño esclavizado, las hijas de Letizia disfrutan en Mallorca de un yate al servicio del Rey aunque propiedad de Patrimonio Nacional, que corre con todos los gastos de atraque, mantenimiento y dotación de servicio a bordo. Todo el mundo debería vivir con dignidad, según consta en la Carta Internacional de Derechos Humanos. Sobre todo los niños, que son los más desprotegidos. Pero la nieta de un taxista madrileño--con todos mis respetos para los taxistas--, hoy convertida en princesa consorte de Asturias, cuando afirma que veranear en el Palacio de Marivent, “ni es veraneo ni es nada”, ofende a la inteligencia de todos: de los niños y de aquellos que ejercen la patria potestad sobre ellos, fritos a impuestos entre otras muchas cosas para mantener al Príncipe Heredero.

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