domingo, 8 de agosto de 2010

En la ciudad desierta

Es curioso. En España son los inmigrantes quienes recogen la fruta de los árboles. Con casi cinco millones de parados la situación parece rara. Bueno, es rara. ¿Qué ocurre? Nada. El español medio es modesto pero en nada jilipollas. En nuestro país los turnos de trabajo, que yo sepa, son de ocho horas a pleno sol; y las contrataciones, a veces, de dudosa legalidad. El precio medio de trabajo es de 5’3 euros/hora. En Francia es diferente. La jornada es de 35 horas semanales, de lunes a viernes. El precio medio es de 8’86 euros/hora. Si se trabaja más tiempo, el exceso se considera horas extraordinarias. Ahora se comprende el motivo por el que hay 14.000 temporeros españoles vendimiando cada año en el país vecino. España, por desgracia para nosotros, es el segundo Estado de la Unión Europea con mayor porcentaje de contratos temporales. Precisamente hoy, en su artículo en diario ABC, “Pobreza encubierta”, Ignacio Camacho pone el dedo en la llaga sobre nuestra penosa situación. Copio sólo algunos párrafos: “En la ciudad desierta por las vacaciones se les ve acudir a las parroquias (…). Visten con decoro pero sus ropas modestas están algo gastadas y sus camisas raídas por los puños o el cuello (…). Hombres maduros de pelo canoso que ya no valen una oportunidad en el escaso mercado de trabajo; mujeres casi ancianas que viven solas y a las que ya no alcanza la exigua pensión; matrimonios mayores que vivían del socorro de unos hijos que ahora no pueden detraer dinero de unos ingresos que no cubren la cuarta semana del mes. Buscan discretamente un auxilio económico para pagar la hipoteca, para evitar el embargo, para saldar las deudas con la frutería o el supermercado. Les llaman pobres encubiertos”. Vale. Hasta aquí. No merece la pena seguir narrando la lenta agonía de un pueblo que está perdiendo la sonrisa a chorros, empobrecido de forma galopante a costa de un Estado. Ya no sirven de mucho las “buenas” intenciones de un Gobierno quemado ni los discursos navideños del Rey de España llenos de buenas intenciones, en un vano intento de insuflar esperanza de cara al futuro. Cuando el hambre crece, de nada sirven buenas palabras. Alguien tendrá que solucionar este sindiós. Espero que sea antes de que la chaqueta nos venga grande.

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