martes, 24 de agosto de 2010

"Milagros" impagables

Cuenta el gastrónomo Carlos Maribona que en el vídeo que se exhibe en el pabellón de España en Shangai se han incluido imágenes de spots de “Avecrem”. No cabe duda de que esas milagrosas pastillas vendidas al consumidor como de “extracto de ave”, echadas en agua caliente y con el añadido de unos pocos fideos, calmaron el ruido de tripas de muchos españoles por la década de los 50 del pasado siglo. A Luis Carulla, creador de los mágicos cubitos de color oscuro, los españoles le debemos mucho. Casi tanto como al “torrefacto Columba”, al gasógeno y al doctor Fleming con el tema de la penicilina. La hambruna, los desplazamientos en taxi y las purgaciones de garabatillo se combatieron de forma eficaz con esos milagrosos remedios. El sueño de Carpanta se había hecho realidad para todos los días aunque sólo fuera en lo referido al sabor, no sé si al aroma, que el muslo o la pechuga de pollo asado y cocinado al más refinado estilo de Teodoro Bardají, o de Ángel Muro, sólo se metía al coleto en los buenos restoranes y en las bodas de postín. Lo de la penicilina fue diferente. Había que adquirirla “de extranjis”, en el supuesto de que merecieras la confianza de los limpiabotas de determinadas cafeterías de Madrid. Cuando se generalizó su uso, pasó a venderse en las oficinas de farmacia y aquello perdió toda su galanura. Ahora, cincuenta años después, se ha puesto de moda el consumo de un sucedáneo de las angulas, o sea, unos fideos de “surimi” (abadejo de Alaska) a los que ya se les pintan hasta los ojos. No sé que diría hoy sobre las conocidas como “gulas del Norte” la Marquesa de Parabere, que no era ni marquesa ni de Parabere, sino una señora de Bilbao, María Mestayer de Echagüe, que pasó a la historia de la gastronomía como autora de dos libros (“Confitería y repostería”, 1930; y “Cocina completa”, 1933) firmados con ese título nobiliario. Ya no puede uno fiarse. Hasta en los nombres de autor hay truco.

No hay comentarios: