martes, 31 de agosto de 2010

Zetapé y los chinos

Resulta chocante que Zetapé intente “vender” la marca España como destino turístico para los chinos. ¡Pero si son ellos los que nos venden a nosotros! Sólo en mi calle tengo contabilizadas una veintena de bares, otros tantos bazares de “todo a cien”, varios restaurantes y algún supermercado que abre sus puertas hasta el día de Navidad. Sólo faltaría que los chiringuitos playeros también estuviesen regentados por chinos, y los hoteles y las clínicas veterinarias y peluquerías unisex. Como les dé a todos los miembros de la tribu de “Fumanchú” por venir de veraneo a España ya me dirán ustedes dónde colocaremos en la playa la sombrilla, de qué manera extendemos la toalla y la hamaca, o en qué sitio habilitamos un espacio para la nevera portátil y el transistor a pilas, que suele ser del tamaño de un microondas, para escuchar a Manolo Escobar entre baño y baño. Imagínense ustedes que a los chinos les da por venir de reposo y se quedan para buscar trabajo. Veo al pobre Corbacho escudriñando el modo de poder resolver la cuadratura del círculo. Sería más sencillo que Zetapé hubiese intentado vender a los chinos Miguelines de fabricación nacional, como aquellos que adquirían los padres para las niñas de la posguerra. Sabido es que los chinos lo compran todo, hasta los “chupa chups”. Mas tarde los copian y aparecen como setas en todas sus tiendas españolas a mitad de precio y con un palito que sirve de silbato. Hasta el día en que se descubre que los Miguelines copiados en Tianjin producen un raro sarpullido, que los globos oculares se salen fácilmente de sus órbitas y que pueden producir ahogamientos en las criaturas. Cuando eso se comprueba, la autoridad competente decide retirarlos de la circulación y reciclarlos para ser transformados en gomas de borrar, o relleno de baches en las carreteras. En China ya está todo inventado. Cuando sus habitantes desean venir a Europa para montar un negocio, no esperan a que llegue Zetapé para venderles la moto. Hacen el hatillo y aparecen por la playa de Denia, o de Gijón, días después y sin conocer nadie del lugar por que medios han llegado, como acontece con el escarabajo de la patata, la mariposa que se come los geranios, o el espía que surgió del frío. Es todo un misterio. Además, como todos ellos tienen la misma cara, como ninguno de ellos exige horas extraordinarias a su jefe y como todos parlotean el mandarín a gritos, anda, averigua. Nunca sabes si llevan entre nosotros varios años, o acaban de eclosionar del interior de una crisálida.

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