lunes, 31 de enero de 2011

Museos


Yo estaba en la creencia de que a los españoles se nos engañaba en los mítines políticos, en el peso de la compra y en la adquisición de esas pulseras y parches de titanio capaces de hacer desaparecer el dolor de aquel que lo usa. Y desde los púlpitos. Pero nunca pensé que se nos pudiera engañar en las visitas a los museos. Por lo visto, también. Ahora un juez ha ordenado que sea retirado un piano que todos creíamos que había sido usado por Federico Chopin en Valldemossa durante su estancia en Mallorca, en 1838. Tampoco se conoce con seguridad qué celdas ocuparon el músico y George Sand. Algo similar a lo que sucedió con las celdas de los hermanos Bécquer en el Monasterio de Veruela. Nadie lo sabe. Hombre, entiendo que no es necesario que aparezca la firma de un notario junto a cada cuadro del Prado, o sobre cualquiera de los adminículos depositados en el Museo Romántico, pongamos por caso la pistola de Larra. Aunque uno ya no sabe a ciencia cierta qué es verdadero y qué es falso. De hecho, cada vez que yo visitaba el Museo del Ejército en su ubicación madrileña, miraba cuidadosamente una espada donde en un cartelito rezaba que era una de las espadas de Rodrigo Díaz de Vivar. Lo que nunca supe, y doy por hecho que nunca sabré, es si tal espada se trataba de Tizona o de Colada. Tampoco supe si se trataba de una de las espadas utilizadas al servicio de Sancho II de Castilla, o siendo caballero de confianza de Alfonso VI, o estando al servicio de la Taifa de Zaragoza, o una de las que llevó en la conquista de Valencia. Pasado el tiempo me enteré de que aquella espada no estaba demostrado que tuviese que ver con el Cid Campeador. ¿Serán auténticos los exvotos, cartas, cabellos, partituras, dibujos de los hijos de Sand que se muestran en visitas culturales, previo pago? Cualquiera sabe. A veces las cosas no son como las pintan.

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