domingo, 13 de febrero de 2011

Cajas con música celestial


Las actuales entidades de ahorro, para su saneamiento, tienen que poner “sus joyas en venta”, como señala el diario ABC, o sea, sus participaciones en sociedades, a fin de rescatar su capital invertido para hacer caja. A estas instituciones, nada menos que 47, les diferencia de los bancos su carácter fundacional. Deben dedicar parte de sus beneficios a fines sociales. De ahí el rancio eslogan de que “nunca hubo un interés más desinteresado”. Su origen data del 3 de abril de 1835, cuando el ministro de la Gobernación Diego Medrano Treviño firmó la Real Orden, por mandamiento de la reina regente María Cristina de Borbón, por la que se instaba a los gobernadores civiles a que impulsases en sus respectivas provincias la creación de cajas de ahorros, implicando en esta tarea a las personas pudientes y con espíritu filantrópico, o disponiendo de los medios públicos que fueran necesarios al efecto. El decreto de marras confiaba el protectorado de las cajas de ahorros al Ministerio de la Gobernación y obligaba a su creación en todas las capitales de provincia, a iniciativa del gobernador civil. Ahí comenzaron sus males. Esa falsa “filantropía” fue motivo de que la Iglesia Católica, que no da puntada sin hilo, y los políticos de turno, conocidos por su voracidad para captar recursos, estuvieran en poder de la cuerda de trenzado. Entonces aparecieron como setas los pósitos y los montes de piedad, esos mostradores con olor a dinero donde tú, pongamos por caso, llevabas esa joya que heredaste de una abuela, que siempre contaba que se la había regalado una amiga íntima de Eugenia de Montijo, para que los de ese monte Calvario, con más usura que piedad, te proporcionaran unas pesetillas y poder salir de un trance desesperado. A su vencimiento podías rescatar esa valiosa joya, que jurabas que había pertenecido a la viuda de Napoleón III, pagando unos determinados intereses.

Hace unos años, el Obispado de Zaragoza, el Deán de la Catedral, el Cabildo Metropolitano y el sursuncorda decidieron que el Pilar necesitaba una mano de pintura. Y como no les llegaban las aportaciones a fondo perdido entregadas por las instituciones locales para tal fin, no tuvieron otra ocurrencia que vender parte del joyero de la Virgen existente en su museo pilarista. Lo que ya no se sabe es si aquellas joyas, todas valiosísimas, fueron a parar al monte de piedad de una caja de ahorros local, o en qué quedó la cosa. Nunca supimos su justiprecio ni su destino ni los oscuros tejemanejes, si es que se produjeron. Años antes, en tiempos de Casimiro Morcillo, ya se habían vendido de extranjis unos excelentes tapices de La Seo al mejor postor. Pagó el pato del aparente dislate, como suele suceder siempre en estos casos, un pobre diablo “que pasaba por allí”. Pero nadie se responsabilizó ni devolvió lo robado ni dio con sus huesos en la cárcel de Zamora, ese lugar destinado durante el franquismo a los clérigos que cometían tropelías. Con la reforma de Fuentes Quintana, aquellas “desinteresadas sociedades de crédito” dejaron de serlo, comenzaron a ofrecer los mismos servicios que los bancos y empezaron a estar reguladas, mejor dicho, “mangoneadas” por las comunidades autónomas. No tienen que dar cuenta a accionistas, disfrutan de determinados beneficios fiscales y sus órganos de gobierno son elegidos por los poderes públicos. Como para echarse a temblar.

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