domingo, 6 de marzo de 2011

Domingo de Carnaval


Las chirigotas de Cádiz están en la vía pública y en las columnas de prensa. Hoy, tanto Antonio Burgos como Antonio García Barbeito se las pintan de maravilla para echarle salero a lo que acontece en la calle, en esta rue del Percebe en la que la desfachatez ya ha adquirido carta de naturaleza. Dos “Antonios” con tronío y pluma afilada que deben salir de casa santiguados y con la mano en la cartera. En este país habrá que olvidarse de aplicar el Código Penal y pasar al Derecho Consuetudinario, modalidad España cañí, con clamor, murga y ventanas a la calle, o sea, donde ya es costumbre haber hecho del dolo probidad, que se ha trocado en virtud lo que antes era delito, es decir, que se ha mudado como algo “normal” el atropello de bicicletas a los peatones que vamos por la acera; o que nos llame “facha” el cesante del tercero izquierda por comentar un chiste de Mingote; o el choriceo sindical con ciertos cursos sufragados con fondos europeos, donde con suerte te dan el diploma sin haber asistido a clase; o la justificación inexplicable de ingresos a unos asesores políticos que jamás aconsejan; o la mamandurria vitalicia de aquellos que chuparon de la piragua con el franquismo, con Suárez, con Felipe, con Aznar y con el de la ceja circunfleja. A San Antonio habrá que rezarle para que estos tíos de los ERE, de la pequeña velocidad, de las lámparas maravillosas y de los neumáticos de no se qué rodadura se vayan por donde vinieron. Por estos pagos, las fechorías políticas parecen cosa normal. Señala Francisco Robles en su artículo “No con mi silencio”, publicado hoy en ABC de Sevilla, que “Andalucía ha vivido durante los últimos años en un silencio oscuro, denso, pegajoso, inasumible por una sociedad democrática. Un silencio de componendas, de reparto del dinero que venía de Europa para promover el desarrollo de nuestras estructuras económicas y que ha servido para asentar un Régimen neocaciquil donde la derrama del parné ha sido el aceite que engrasaba la maquinaria del poder”. Domingo de Carnaval. Luce un sol espléndido. Voy a ver si encuentro por un cajón del cuarto de mi hijo el gorrillo, la serpentina, la careta de arlequín y el matasuegras. Luego saldré a la calle a ponerle la vela prometida a San Antonio para que encuentre la sensatez, y a tomar el sol si todavía no lo han confiscado, como hizo Marcelino Iglesias con el botijo en Aragón, en la confianza de que no me atropelle una bicicleta.

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