miércoles, 23 de marzo de 2011

Robo de carretera


Será necesario rezar a san Cojoncio para que nos ilumine. Se nos ha ido la chaveta. No pasa día sin que la prensa nos cuente los tramos de catenaria robados durante la noche, el precio que lleva el cobre y esa culpa que por razones inexplicables siempre se les echa a los rumanos. Es cierto que los robos de cobre están a la orden del día. Pero una noticia repetida muchas veces deja de ser noticia de interés. Pero lo que ahora despierta las alarmas de nuestra inteligencia es el robo de 50 metros de carretera recién asfaltada en los accesos a la playa de Mogro, en Miengo (Cantabria). Supongo que el presidente Revilla, que acostumbra a tener razonamientos serenos para todo tendrá, en este caso, una explicación escondida en la manga que nos deje a todos boquiabiertos. De no ser así, el robo de carretera resultaría inquietante. De nada servirá que el Gobierno haya reducido la velocidad en las autovías si pasado mañana, pongamos por caso, nos caemos de cabeza por un cantil por haberse llevado alguien un puente durante la última noche, o tenemos que dar un gran rodeo para ir de Zaragoza a Madrid por haber desaparecido el suelo entre Algora y Torija, o entre Calatayud y Santa María de Huerta. El tramo de asfalto sustraído ahora en Cantabria es una servidumbre de paso a la playa y a varias fincas. Por algo se empieza. Si los propietarios de esas fincas no quieren que acudan los bañistas a la playa, deben exponerlo allí donde proceda. Ignoro si esos agricultores estarán hartos de que los turistas, por aquello de ir por atún y ver al duque, aprovechan el trayecto para arrancarles de sus campos los pepinos y las zanahorias. En el supuesto de fuese así, no cabe duda de que estaría mal hecho. Pero robar un trozo de carretera recién alquitranada también tiene su guasa. Imaginen lo qué sobrevendría si a esos ladrones les diera otra noche por llevarse un pedazo de Pedreña. En resumidas cuentas, Miguel Ángel Revilla, que en 1976 creó la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria, está en el deber de acudir al programa televisivo “La Noria” de inmediato para aclarar tal rapacería en su tierruca, si es que ya se están buscando a los amigos de lo ajeno, o si será preciso poner el caso en manos de más altos y severos organismos. Que una cosa, mire usted, es que España se haya repartido para 17 virreyes, y otra muy distinta que ciertos manilargos hagan sisa con la tierra en el latifundio patrio.

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