miércoles, 13 de abril de 2011

La siesta del desayuno


Me gusta eso que dice que hace José Luis Montoya, o sea, dormir la siesta del desayuno “para recuperar las energías consumidas en el esfuerzo de prepararme mi vaso de leche desnatada fresquita y las tostadas con aceite y azúcar”. El refrán que dice eso de que “no por mucho madrugar amanece más temprano” valía hasta que el Gobierno cambió la hora, que ya llevamos dos de adelanto sobre el sol. Con el cambio de hora, digo, me levanto como todos los días pero compruebo que es mucho más pronto. Vamos, que es de noche. Lo de José Luis Montoya es distinto, ya que se levanta de la cama a las ocho aunque ya sean las diez por el Gobierno. Y, la verdad, hay que echar algo contundente a la oficina de las tripas para no desfallecer. Pero también es cierto que lo que pide el cuerpo es continuar durmiendo un tiempo prudencial, es decir, una horita corta. Más tarde es imposible por el ruido de los coches, el griterío vecinal y la movida de tabas de las ambulancias. Lo importante es tener un sillón cómodo y hecho a uno, que los sillones, más aún los sillones de orejas, sólo se ahorman a base de echar horas de cabezadas. Los mejores son aquellos que pesan como un piano. Lo malo viene cuando ya lo tenemos ahormado y nos dice la esposa que van a venir unos señores, que cuando suene el timbre que les abra la puerta, que vendrán para llevarse el sillón a tapizar. Entonces aparece el personal víacrucis. Tenemos que acomodarnos en el sofá y la cosa cambia. Está ahormado en función de los cuerpos de las visitas, que son heterogéneos y, sinceramente, cuesta bastante poder poner el cuerpo en paz para echar esa gloriosa y hasta alimenticia siestecita del desayuno. Algo parecido sucede ahora, desde que quitaron aquellos cómodos coches de viajeros con sillones de orejas en los convoyes expresos. Se tardaba más en llegar al destino que en los trenes de alta velocidad actuales. Pero no importaba. El chacachá del tren ayudaba al sueño reparador y el viaje, por largo que fuese, se hacía en un santiamén.

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