sábado, 14 de mayo de 2011

Urinarios


Juan Alberto Belloch no deja de sorprenderme. Ahora resulta que piensa hacer un convenio con determinados establecimientos hosteleros de Zaragoza para que puedan facilitar el acceso a sus urinarios sin que el poseedor del apretón tenga que tomar consumición obligatoria. La contrapartida parece ser que consistirá en que, aquellos establecimientos que suscriban el convenio, deberán disponer de una placa de aviso en la entrada y se beneficiarán de una reducción municipal en las tasas de agua. ¿Qué les parece la idea? Me hubiese gustado saber, de haber vivido hoy, qué opinaría sobre el particular José Antonio Garmendia, autor de “La taberna del Trágala”, por donde aparecían personajes como el Beni, el Cojo Peroche, el Loqui de Triana, que le pedía al señorito don Joaquín que le diera otra “patá”, que aquella le había sabido a poco; o Eduardo Balbontín, que al contemplar el mar dijo; “Ojú la que ha tenío que caer esta noche…”. Es importante que existan urinarios públicos en todos los sitios para los que vamos flojos en el grifo de la minga. Tengo un conocido que siempre hablaba mal de los curas hasta el día que descubrió los urinarios que existen en una de las puertas que dan al Ebro, dentro de la basílica de El Pilar. Desde entonces suele hacer visitas a la Pilarica varias veces al día y con mucha devoción. No sé si rezará en el camarín de la Virgen, o en la hornacina de san Pancracio, pero sí me consta que exonera la vejiga y sale del recinto sagrado con cara complaciente, como la que pintan a san Tarsicio. Cuenta Garmendia en ”La taberna del Trágala” que “una noche fueron el Beni y el Cojo Peroche a un cine de verano de la Alameda de Hércules, uno de los muchos que por aquel entonces proliferaban en Sevilla, cines de pipas de girasol, de higos chumbos, y de esmerado servicio de nevería. Proyectaban, como siempre, una película del Oeste, una película de indios, como le llamaban a todas las de Yon Vaine y Gari Cupe. La tal película de tiros era de tiros en cantidad. En medio de una batalla campal entre los buenos y los malos, con tantísimos disparos que el cine olía a pólvora, ese Cojo que se levanta de su silla de enea. Y con aquella voz, dificultosa e inconfundible como su cojera, va y le dice al compadre: --Beni, yo me voy a mear. Cúbreme”.

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