sábado, 18 de junio de 2011

Otra vez Antonio Burgos


Soy consciente de que don Antonio Burgos estará de mi modesto blog hasta el gorro. Lo lamento, pero otra vez he dado un brinco en el asiento hoy por la mañana leyendo “El recuadro” en el diario ABC. Es como una obsesión. Lo primero que hago todas las mañanas cuando me despierto es encender el ordenador y ver qué ocurre en la Sevilla iluminada y luminosa de Antonio Burgos, donde los personajes que nacen de su pluma son como clientes selectos de La taberna de El Traga. Pero a lo que iba, moreno. En su “Postal de Cristina” describe una época de infancia irrepetible. Un puente de San Telmo que se abría de piernas para dejar pasar los barcos, las bicicletas de alquiler, el puestecillo de José que vendía golosinas… Pero el brinco lo he pegado al saber que don Antonio Burgos fue condiscípulo de don Ramón Cortés de Haro, hijo de don Alfonso Cortés, que en paz descanse, a quien recuerdo por el principio de la década de los setenta tomando una cervecita en el bar Spala de la calle Imagen con hechuras de personaje distinguido, como pincelado a la acuarela en la barra de la taberna de Antonio Sánchez tan bien descrita por Antonio Díaz-Cañabate. Y también hermano de Alfonsito Cortés con trazas, en la época que señalo, de torero de postín saliendo de “doña Pepa”, en la Plaza de Cuba, que era como el “Málaga” en día de descanso. Posiblemente don Ramón Cortés de Haro siempre recordaría años más tarde, cuando yo tuve el honor de conocerle por cuestiones de trabajo, aquellas golosinas de Currito, o de José. Y aquella añoranza, de la que con los años sólo queda entre los dedos simple polvillo de mariposa, supongo que le persiguió como nos sucede a todos. Y, también, ahora comprendo después de tantos años, gracias al placer que me produce poder leer a don Antonio Burgos con mi primer café, la razón del nombre de su perrillo. Por aquellos años, don Ramón Cortés tuvo un perrillo al que llamó Cotufa. Hoy todo aquello suena raro, como el sonido de la moneda que echamos en el platillo de un pordiosero a cambio de un “Dios se lo pague”.

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