jueves, 28 de julio de 2011

Despelotes aparte


La Policía Nacional en Madrid a las órdenes de la delegada del Gobierno, Dolores Carrión, está harta, según ha expresado el sindicato UFP. Este es un país de ciudadanos hartos, con derecho al pataleo pero incapaces de entender la democracia representativa, o sea, cuando la decisión es adoptada por personas reconocidas por el pueblo como sus representantes. En un comunicado a Europa Press, UFP señala que “los policías estamos hartos, irritados, rabiosos, furiosos, coléricos, sulfurados, crispados y como no, indignados, (…) hemos aguantado escupitajos, peinetas en las narices y despelotes de algunas de las chicas de estos grupos -refiriéndose a los manifestantes del movimiento 15-M- que no parecían personas civilizadas”. Pues nada, machotes, ajo y agua, que todo no va a consistir en el tunda, tunda, caiga quien caiga. Si queréis, amigos policías, os cuento lo que debe soportar cualquier ciudadano que trabaje para un patronzuelo de mierda, uno de esos semianalfabetos que conforman las pymes, cuando éste llega por la mañana hecho un basilisco al despacho, baja a los tajos, comienza a dar gritos al primer obrero que se cruza en su camino con una absoluta falta de respeto y, en el supuesto de que el obrero trate de ponerse en su sitio ante la ferocidad de ese energúmeno, en un tremendo acto de cobardía el patrono le humilla hasta la grosería con un enfermizo rencor, y así día tras día, sabedor éste de que el obrero en cuestión debe callar ante sus atropellos si quiere llevar un sueldo de limosna a casa todos los meses. Al sindicato UFP lo que le sucede es que respira por la herida. Tiene dos multas de 6.000 euros por pedir en la Castellana un Plus de Capitalidad para los Policías de Madrid, por cortar la vía de servicio al Ministerio del Interior. Esa es la cuestión. Aguantar escupitajos y peinetas y despelotes, como afirman, entra dentro de sus sueldos. También, Dios no lo quiera, exponerse a recibir un tiro y morir en la refriega de un atraco. Lo más triste, llegado el caso, es que la prensa del día siguiente comentaría el suceso, pero del policía sólo se acordaría su familia. Cuando Alfonso XIII salió ileso el día de su boda, tras lanzar Mateo Morral desde un balcón de la madrileña calle Mayor un ramo de flores con bomba incluida, se limitó a decir: “Son gajes del oficio”. Claro, aquella mañana murieron 28 ciudadanos, posiblemente simples curiosos del magno evento, y cuyos nombres no han pasado a la Historia. Ese detalle nadie lo recuerda. Algo parecido a lo que les sucede a los representantes del Pueblo una vez conseguido su ansiado escaño. Siempre se olvidan de aquellos que le apretaron la mano y le vitorearon durante la campaña electoral. Es triste, pero cierto.

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