martes, 2 de agosto de 2011

De vergüenza


Que no cunda el pánico. Se dispara el precio de las sardinas pero bajan el tomate, los plátanos y las chirlas. Menos mal que Miguel Ángel Revilla ya no se ve obligado a tener que ir taxi a La Moncloa con la consabida caja de bocartes, o con un tabal de sardinas en salmuera del tamaño de una rueda de “land-rover”. El pobre Revilla, ese moderno pobre Valbuena como brotado de aquel sainete de Arniches, supongo que se distraerá ahora intentando pescar con muergo panchitos y momas en el puerto de Maliaño, (donde otrora estuviera anclado el barco-prisión “Alfonso Pérez” con su padre y mi abuelo a bordo) con un sencillo aparejo de Godofredo, esa tienduca de efectos navales del Paseo de Pereda. A este paso, con la que está cayendo sobre nuestras cabezas, nos vamos a quedar como la espina de santa Lucía. La prima de riesgo española supera los 403 puntos básicos, la Bolsa se va niveles de junio de 2010 y las pensiones “todoterreno” lo aguantan todo, verbigracia, matrimonios de mediana edad y el conjunto sus churumbeles que están viviendo de la pensión de uno de los abuelos, que tiene más de ochenta años y se ve obligado a salvaguardar a todo ese rabo de parientes con apenas 1.010 euros. Y encima, ese pedúnculo de parientes se mosquea porque no puede ir a la playa este verano con el transistor, la mariconera y la sombrilla. Somos unos insensatos. Cáritas, por ejemplo, conoce problemas desesperantes. Y yo me pregunto que cuándo tocaremos fondo. Los datos estadísticos son una cosa y la miseria cotidiana es otra. Mantener a tres generaciones con una ridícula pensión debe de ser lo más parecido a ese infierno del que nos habla un papa, Benedicto XVI, pero que no tiene empacho en saberse responsable de un gasto de más de 100 millones de euros en sólo cinco días de estancia en una España cañí que se hunde como un soldadito de plomo en un estanque. Dice la prensa que Rodríguez Zapatero retrasa sus vacaciones en Doñana. Por mí, puede irse a Alaska sin abrigo. Lo cierto, lo más patético, es que se ha empobrecido un pueblo a costa de un Estado y no me consuela que el jefe de este Estado abatido y corrupto, o sea, el Rey, veranee en Marivent, o que la Reina ejerza en Mallorca de abuela. No hay tiempo para chorradas ni que para que el Pueblo, al que la Constitución señala como Soberano, ejerza de plebeyo vocacional ante tanta maldita injusticia. No está en mi ánimo que en España se produzca una revolución con un baño de sangre. Y menos todavía que pueda llegar un golpe de Estado entendido como cruzada. Me considero demócrata y respeto el resultado de las urnas. Pero los ciudadanos que constituimos ese cacareado Pueblo Soberano, al menos en el papel, tenemos derecho a vivir con dignidad, a conservar el puesto de trabajo y a que no se nos considere “últimos responsables” de los errores derivados de una Banca que vendió “bonos-basura” como el que vende un peine, de unas Cajas de Ahorro ahogadas en manos de reyezuelos autonómicos ni de unos ciudadanos egoístas que, una vez conseguido el poder del escaño mediante listas cerradas, sólo miran por sus intereses particulares. El caso de Camps, sin ir más lejos, es vergonzoso. Acusado por cohecho impropio, dimite como presidente de la Comunidad Valenciana, pero continúa cobrando un sueldo vitalicio del Estado, sigue siendo una persona aforada y dispone de coche oficial y secretaria particular por cuenta del contribuyente. Así no saldremos a flote en este país ni con la ayuda de la FAO. Y, créanme, Mariano Rajoy no es la solución a nuestros problemas, sino parte de la causa.

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