domingo, 7 de agosto de 2011

Dormirse friendo huevos


La noticia tiene su gracia, una vez que ya conocemos que no ha tenido mayores consecuencias. Un muchacho un tanto empanado, por decirlo en argot cheli, tras una noche de marcha palillera pretendió freír huevos y se quedó dormido frente a la sartén. Eso aconteció ayer, sobre las diez de la mañana, en el populoso barrio zaragozano de Las Delicias. De inmediato me vino a la cabeza Ibrahim Ferrer y el conjunto cubano Buena Vista Social Club entonando aquello de “El cuarto de Tula, / le cogió candela. / Se quedó dormida/ y no apagó la vela. / ¡Ay, mamá! ¿Qué pasó?”. El barrio de Las Delicias, en que yo pasé parte de mi juventud, se ha hecho enorme y multicultural. Es el nuevo Chinatown, o sea, el lugar preferido por todos los inmigrantes llegados de los países de Oriente. Controlan la hostelería y los bazares de ropa y de “todo a cien”, y no sabemos cuándo duermen. Sin embargo, que yo sepa, todavía no se ha dado el caso de que un chino se haya quedado dormido friendo unos huevos. Claro, tampoco es lo mismo controlar un establecimiento que aguantar toda una noche bailando la pachanga. Las Delicias, ese barrio de La Cachimba zaragozano donde no pasa día sin que se forme la corredera, pasó de tener como faro de referencia para el transeúnte el “bar Agustín”, en la calle Pedro de Luna, donde se conocía el difícil oficio de tirar cerveza de barril y donde se comían las mejores sardinas en salmuera con ajillos y vinagre, a convertirse en lo más parecido a O.K.Corral con el sheriff de vacaciones. Pero a lo que iba, el muchacho se quedó dormido frente a la sartén por falta de concentración en su quehacer, con el resultado de que casi prende fuego al piso y de que tuvieran que acudir los bomberos y las ambulancias moviendo tabas en evitación de males mayores. Recuerden el incendio de Santander, que sobrevino -según me contó una señora que tomaba el té en el Club de Tenis con mucha distinción- cuando un caballero mutilado echó una cerilla encendida dentro de una escupidera en la que había restos de formol, que había utilizado el portero de la casa para untarse con un algodón sobre las plantas de los pies en un vano intento de disipar un desagradable olor que le venía de antiguo. El caballero mutilado, que se llamaba Higinio Velarde, salió ileso, como ahora el muchacho de los huevos fritos, pero le había entrado el vapor por todos los agujeros del cuerpo, que eran los siete naturales mas dos de la metralla, y cuando se vio dentro de la ambulancia camino de Valdecilla le preguntó al chofer con sana alegría si le permitiría contarle un chascarrillo.

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