miércoles, 21 de septiembre de 2011

Emociones fuertes


Está bien que la puerta de los leones de la Cámara Baja abra sus puertas para que entre el aire y para –según ha señalado José Bono- “evocar al presidente de la República”. El verbo evocar, en su tercera acepción académica del Diccionario Manual de la Lengua Española significa “llamar al espíritu de un muerto”. Aquí hay que tocar madera. Evocar al espíritu de Azaña suponiéndolo capaz de acudir a los conjuros más parece el producto de un programa televisivo de Iker Jiménez que un acto político. Si les digo la verdad, José Bono podría haberse ahorrado el trabajo. Si desea invocar el espíritu de un muerto, con citar a Rodríguez Zapatero es suficiente. Todavía está de cuerpo presente, ora en el banco azul, ora absorbiendo en su cacumen la ciencia infusa de Pérez Rubalcaba, ora recibiendo a los gigantes del baloncesto, ora asegurando que no hará mucha campaña electoral, ora hablando con Daniel Quintero para indicarle cómo prefiere que le haga el retrato para la posteridad y de qué perfil, para que se le vea bien la ceja. Por cierto, Daniel Quintero ha hecho un retrato de don Manuel Azaña donde sólo le han salido bien las gafas y el fondo púrpura. Su rostro no. El rostro pintado por Quintero está a mitad de camino entre el semblante de Tierno Galván y el de un vendedor de enciclopedias a domicilio. El de Suárez todavía no lo he visto, aunque me temo lo peor. Ahora voy comprendiendo por qué prefiere Manuel Marín una fotografía enmarcada a un retrato al óleo. También ha ordenado Bono en qué parte del vestíbulo de Isabel II se colocarán los retratos de Manuel Azaña y de Adolfo Suárez. El de Manuel Azaña, junto al de Manuel Alonso Martínez, suegro del conde de Romanones, varias veces ministro, gobernador civil de Madrid y padre de la Constitución de 1876; y el de Adolfo Suárez, próximo al de Segismundo Moret, diputado por Almadén y por Ciudad Real, embajador en Londres y padre de la Constitución de 1869 (igualito que Fraga) y ministro en los más diversos ramos, con Amadeo de Saboya, con Alfonso XII, con la regente María Cristina de Habsburgo-Lorena y con Alfonso XIII, además de presidente del Gobierno y presidente del Congreso. Y me consta que no siguió ocupando gabinetes con el Caudillo porque se murió en 1913. Ya veremos en qué pared del Congreso se decide ahora clavar la escarpia para sujetar la foto ampliada de Manuel Marín. Hasta podría ocurrir que, al ensartar la alcayata, brotase de la pared una gota de sangre de sor Maravillas*. Sólo sería cuestión de evocar el espíritu de la monja, tal y como ha hecho José Bono respecto a Manuel Azaña, o sea, abriendo la puerta de los leones de la Cámara en un vano intento de apuntarse al banderín de enganche de las emociones fuertes por la banda de estribor, con sordina, apagada iniciativa y escaso acierto.
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José Ramón MIRANDA



*Maria Maravillas Pidal y Chico de Guzmán, monja carmelita perseguida durante la Guerra Civil vivió un tiempo en las dependencias de la Cámara Baja. Era sobrinonieta del duque de Riánsares y de la Reina Gobernadora (Maria Cristina de Borbón Dos Sicilias, cuarta esposa de Fernando VII). Fue canonizada el 4 de mayo de 2003 en la madrileña plaza de Colón durante uno de sus viajes a España de Juan Pablo II. Por todos es sabido que la Mesa del Congreso consideró, en noviembre de 2008, que no procedía colocar una placa en su memoria en el interior de esas dependencias.

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