sábado, 17 de septiembre de 2011

La superstición como arma electoral



Leo un artículo de Bonifacio de la Cuadra en “El País”, en el que éste afirma que “María Dolores de Cospedal -secretaria general del PP y presidenta de Castilla-La Mancha-, ataviada con la tradicional mantilla española en la procesión del Corpus Christi, tienen más tirón entre el electorado católico que todos los esfuerzos socialistas por mostrar su sumisión al Papa”. Es cierto. España, pese a ser un Estado aconfesional, y así lo señala la Constitución de 1978, sigue estando aspergeado con el agua bendita de poderosas supersticiones interiorizadas por la inmensa mayoría de ciudadanos. En este país “de Frascuelo y de María” se dan diversas paradojas: matrimonios que no consideran conveniente bautizar a sus hijos por entender que es lo más “in”, pero que poco antes habían optado por lo mas “out”, o sea, se habían casado en el altar ante un sacerdote y poniendo a Dios por testigo, basándose en que, de esa guisa, la boda resultaba “más lucida”; progenitores que sólo apuntan a sus hijos a clases de Religión en los colegios públicos hasta el día siguiente de haber celebrado por todo lo alto la primera comunión de alguno de ellos vestido de fantoche; familias enteras que jamás asoman al interior de los templos, salvo cuando acuden a una ciudad en calidad de turistas para hacer fotos de recuerdo; tipos que en los actos fúnebres de parientes son capaces de “tragarse” varios funerales encadenados sin rechistar; o, por concluir, individuos que parecen despreciar todo aquello que hace referencia a la fe, pero que tienen un fervorín casi patológico hacia determinado santo milagrero izado en un altar lateral de la iglesia parroquial de su pueblo. En este sentido, Carlos Alonso del Real, en su ensayo “Superstición y supersticiones”, comenta que “las religiones, incluso las de sustitución, comprendido el ateismo, producen sus propias supersticiones por mecanismos diversos, transportan y dispersan otras y pueden caer ellas, en bloque, o en parte, en estado de superstición”. El último viaje de Ratzinger a España con motivo de la JMJ sirvió, entre otras cuestiones, para que muchos ciudadanos de a pie sintiésemos vergüenza ajena ante -como señala Bonifacio de la Cuadra- situaciones raras, haciendo referencia a “la escenificación de la sumisión la personificó el rey Juan Carlos con su genuflexión ante Ratzinger, llamativa en el jefe de un Estado aconfesional, aquejado, además, por problemas en las articulaciones de las extremidades inferiores”.

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