martes, 4 de octubre de 2011

Fetiches


La casa de subastas "Hermann Histórica München" ha sacado a subasta objetos personales que pertenecieron a Adolf Hitler, tales como unas gafas, una pitillera de plata, una edición de lujo de "Mein Kampf" dedicada a Rudolf Hess, etcétera. No conviene dar ideas. Imaginen, por ejemplo, que Carmen Franco decidiera hacer lo mismo con determinados adminículos que pertenecieron a su padre como, por ejemplo, la pluma estilográfica con las que firmaba sentencias de muerte a la hora del desayuno; el manuscrito original de “Raza” firmado con el pseudónimo de Jaime de Andrade; la ridícula gorra de marino que se ponía cuando navegaba a bordo del Azor; o las cañas de pescar con las que cada año sacaba a “mosca” de las aguas de los ríos gallegos el “campanu” –bueno, se llama así en Asturias al primer gran salmón anzuelazo y extraído del agua- en los cotos de los ríos Ulla, Eo, Eume y Mandeo. El artículo 17 de la ley de Pesca disponía entonces que no se podía pescar en las presas de los ríos a menos de 50 metros del muro de contención, que es la zona donde se concentran masivamente los salmones a la espera de la crecida que les permita remontar el río hacia el punto de desove. Pero en el artículo se añadía: "excepto que se tenga autorización de la Dirección General de Montes, Caza y pesca Fluvial". Y Franco la tenía, por supuesto. La gente adinerada ama los fetiches y esa es la razón por la que puja en las subastas. Como en el poema de Rafael de León que popularizó Pepe Pinto: “¿Quiere un vestío? Cincuenta. / ¿Un reló? De brillante…/ En tal de que de mi lao tú nunca te me separe, / toito te lo consiento menos faltarle a mi mare”. No cabe duda de que el secreto de tales valiosísimas adquisiciones, una vez convertidas en fetiches, radica en poder ser guardados en una vitrina bajo siete llaves para ser observados con depravada devoción, e incluso llegar a provocar la misma excitación que hacer sexo en un “Corvette” rojo. Hay gente para todo.

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