martes, 29 de noviembre de 2011

José Bono


José Bono, cuando se refiere al PSC y a Chacón, dice una cosa mientras con la cabeza hace gestos de señalar lo contrario. Así, cuando cuenta que el PSOE no debe tener vergüenza de gritar “¡Viva España!” da la sensación de que el partido al que él pertenece no tiene vergüenza cuando pretende mandar a España un lugar de mal acomodo. Él y su partido político sabrán, digo yo que sabrán, en qué lugar han puesto a España en el concierto internacional durante sus años de mandato. Personalmente estoy convencido de que en los últimos ocho años han colocado al país patas arriba y en las más altas cimas de la miseria. Pero posiblemente José Bono, que estuvo esos ocho años y más rebozado en el merengue del disparate, piense otra cosa distinta a la mía. Todo es cuestión del cristal con que se mira. El “¡viva España!” queda muy acertado, por ejemplo, en el fragor de los actos patrióticos, como la izada de una bandera de considerables dimensiones en la madrileña Plaza de Colón entre cornetas, tambores, un rabo de autoridades civiles y militares, la presencia real, etcétera. También queda muy atinado gritar un sonoro ¡viva el Real Zaragoza! para animar al equipo maño cuando se está dentro del campo de La Romareda contemplando cómo gana al Barcelona por dos goles a cero, algo absolutamente impensable; y el “¡viva Sevilla y olé!”, cuando tomamos un fino “La Ina” en la “Caracolá de Lebrija” o en un tablado flamenco de la calle Sierpes. Pero si se nos ocurre ir por la calle gritando “¡viva España!” sin apocamiento alguno y ondeando banderas al viento, los transeúntes seguro que echarán a correr a casa alarmados para hacer las maletas e intentar llegar a la frontera de Francia, en la creencia de que ha habido un golpe de Estado. O sea, debemos ser patrióticos pero sin pasarnos. Ni se debe gritar “¡viva los novios!” en un entierro ni elevar la voz para clamar “voto a Chápiro” en medio de una procesión del Corpus. En España lo que hay que gritar es “¡fuera los corruptos!”, por ver si alguien, civil o militar, de derechas o de izquierdas, de la realeza o del sector lacayo, interno o mediopensionista, con título nobiliario o sin título que valga, se da por aludido, se avergüenza de ser un chorizo de tomo y lomo, devuelve lo trincado y desaparece entre la polvareda, como cuentan que ocurrió cuando perdimos a don Beltrán. España empezará a vivir, y se podrá gritar “¡viva España!” sin avergonzarnos, cuando a los mangantes se los trague el sumidero de la letrina.

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