viernes, 25 de noviembre de 2011

Sobre medallas y condecoraciones


El Rey de España acaba de conceder el Toisón de Oro a Nicolás Sarkozy, pese a ser de ascendencia húngara y judía, para que pueda lucirlo en las recepciones oficiales, bodas, bautizos, comuniones y demás eventos sencillos, no sabemos si cuando se viste de frac en calidad de presidente de la República Francesa o como copríncipe de Andorra. Personalmente entiendo que el Toisón le hubiese quedado mejor en el cuello a la que fue su rival, Ségolène Royal. Ahora, en absoluta reciprocidad, Sarkozy debería entregar al Rey de España lo que fuere menester, que la Gran Cruz de la Legión de Honor en su máxima categoría ya la ostenta. Los intercambios de collares y medallas entre jefes de Estado quedan bien en diplomacia. Por cierto, Sarkozy tuvo un padre que en eso de los intercambios fue un maestro. Quiero decir, en el intercambio de apellidos. Don Nicolás Sarkozy, padre del presidente actual, nacido en Budapest en 1928, ya disponía de título nobiliario, concedido nada menos que en 1628 a un antepasado suyo por el emperador Fernando II de Bohemia y Hungría, al haberse distinguido en la guerra contra los turcos. En eso le llevaba ventaja al rey Juan Carlos, cuya instauración monárquica se produjo en 1978, a la muerte de Franco. Pero, como decía, en 1948, tras muchas peripecias personales, don Nicolás llega a Marsella, cambia de nombre y afrancesa su apellido, Nagybócsai Sárközy Pál, por el de Paul Sarkozy de Nagy-Bocsa. A mi me da la sensación, y perdonen la posible falta de respeto hacia la Corona por considerarme republicano además de aragonés, de que el Toisón de Oro hubiese quedado también más lucido en el fino cuello de la exmodelo y cantante Carla Bruni, o de su anterior mujer, Cécilia Ciganer Albéniz, nieta del compositor Isaac Albéniz y prima de Alberto Ruiz- Gallardón. Por cierto, el padre de Cècilia se apellidaba Chouganov, pero se lo cambió por el de Ciganer para reflejar su origen étnico. “Ciganer” en moldavo, de donde procedía, significa gitano. En fin, eso de cambiarse de nombre es común entre las monjas de clausura; lo hizo Felipe González en el Congreso de Suresnes, cuando los afectos a Llopis le conocía como Isidoro; los masones y hasta el Obispo de Roma. Los más cursis, los nuevos ricos y los de “mucho visón y poco jamón” suelen añadir a su López, Pérez o García un convoy de apellidos rimbombantes, que esa es otra. Pero a lo que iba, lo malo de recibir el Toisón es que sólo es prestado y a la muerte del receptor, sus herederos deben devolverlo a la Corona de España sin excusa ni pretexto. A mí me parece una buena medida que el collar de marras, con el vellocino de la mitología griega y el carnero de Gedeón deba retornar tarde o temprano a las manos de la persona que lo concedió, o sea, al rey de España. Así se evitan situaciones comprometidas, como la de aquel ferroviario al que el ministro de turno le concedió la Medalla del Trabajo, en su categoría de Oro. Una vez en sus manos, al empleado de la Renfe no se le ocurrió cosa mejor que llevar la medalla a un joyero de Madrid para que se la tasase. Cuando el joyero le comunicó al laureado “productor” que la medalla en cuestión no era de oro sino de caca de vaca, éste pilló tal rebote que presentó una denuncia en el juzgado de guardia. El caso quedó sobreseído. Según la sentencia: “lo de oro era sólo un decir…”

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