martes, 27 de diciembre de 2011

Las hojas amarillas


Un tal Willy Ubide se ha encontrado en un contenedor de basura de Neguri la historia reciente de España en imágenes. Alguien había tirado las fotografías de la realeza quizás porque se estaban poniendo de color sepia. Ubide, que se las ha llevado a casa para verlas despacio, ya ha declarado que “las fotografías que encontré en el contenedor azul –color borbónico- tienen el valor de los bonos basura”. Son hojas amarillas que crujen cuando se pisan. Son como paisajes robados de los veraneos de Alfonso XIII y su familia en San Sebastián, antes de que la ciudad de Santander le regalase al Rey para su uso y disfrute el Palacio de La Magdalena; de la boda de Juan de Borbón en Roma; y del actual Jefe del Estado junto a su fallecido hermano Alfonso siendo niños. El hecho de que alguien de la burguesía de Neguri haya tirado las fotos reales al basurero azul da idea de cómo se valora en España la Monarquía. Este es un país veleta, donde los mismos ciudadanos que mandaron al exilio a Isabel II en 1868, llenaron las calles de Madrid de gallardetes para recibir entre vítores la llegada de Alfonso XII en 1874; y donde gran parte de los ciudadanos que llenaban la Plaza de Oriente en septiembre de 1975 para aplaudir al general Franco tras los últimos fusilamientos y el consiguiente enfado de Europa, o que hacían aspavientos de vergonzoso vasallaje ante el féretro del dictador en el Salón de Columnas del Palacio Real un 21 de noviembre, daban el triunfo, con una mayoría absoluta hasta ahora nunca superada, al Partido Socialista en octubre de 1982. Pero a lo que iba, moreno. La monarquía parlamentaria plasmada en la Constitución y encarnada en la persona de Juan Carlos I ha hecho un papel aceptable en España durante los últimos 36 años. Pero ahora, este mismo país veleta, que se ha escorado a la derecha de forma alarmante, por miedo a la presión de la crisis económica y el desempleo galopante que se le vienen encima al común de los ciudadanos sin visos de mejora, ha pintado de azul, además de los contenedores de papel, el mapa de España. Y esos mismos ciudadanos, que ya no pueden ni con su alma, contemplan atónitos cómo el yerno del Rey (el yerno perfecto) y su consorte, o sea, los duques de Palma de Mallorca, presuntamente, se han dedicado a evadir capitales, falsificar facturas y enriquecerse de forma zafia. ¿Con qué dinero se compró y se decoró con todo lujo el palacete de Pedralbes? ¿La infanta estaba al corriente de los tejemanejes de su esposo? Tal vez sea así, pero yo no me lo creo. Para el común de la ciudadanía, cuya paciencia parece similar a la de los corderos, el “choriceo” era algo que se consideraba relacionado con la clase política, más pendiente de su bienestar personal y de aprobar leyes en su beneficio que de servir a aquellos que representan. Y en ese cambalache de toma y daca, “donde el que no llora no mama y el que no mama es un gil”, la Casa Real quedaba fuera de cualquier tipo de sospecha. Pero el ciudadano común, que además de no poder ya ni con su alma está a punto de la desesperación, se ha puesto de perfil frente a la Monarquía de la misma manera que se ha puesto de perfil frente a la vida. El tal Willy Ubide se ha encontrado con las imágenes de una España que no queremos y se las ha llevado a casa quizás para esconderlas, por aquello de que la ropa sucia es mejor lavarla en casa.

No hay comentarios: