jueves, 16 de febrero de 2012

Brotes negros


Mariano Rajoy, que se pasa el día mirando por un raro retrovisor ideado por el doctor Franz de Copenhague para saber lo que pasa en los paises vecinos, y en demasiadas ocasiones para hacer estúpidas comparaciones, me recuerda a aquel aldeano que siempre decía que lo mejor era lo de su pueblo. Mariano Rajoy, que se ha puesto genuflexo ante Juan Rosell como si estuviese frente a la gran custodia que preside el altar mayor de la Catedral de Lugo; que agacha el morrillo ante algunos banqueros aún a sabiendas de que esos avaros de traje gris y corbata roja han hecho las cosas mal; que decía tener la fórmula sobre cómo arreglar el problema de España mientras estaba en la oposición; que parece el “pelota” de la “Oficina siniestra” de Pablos cuando está cerca de Merkel; que ha hecho más homenajes póstumos a Manuel Fraga que el conjunto de los que en su día se le hicieran a Francisco Franco por todo el territorio que años atrás devastó; Mariano Rajoy, digo, podría tomar nota de lo que ve por ese retrovisor monclovita y que observa con manifiesto desenfoque. Me estoy refiriendo a determinadas medidas que ya tiene tomadas Mario Monti para ayudar a sacar a Italia de su particular agujero financiero. Tanto es así que ya ha comunicado a Joaquín Almunia, vicepresidente de la Comisión Europea, su intención de hacer pagar a la Iglesia Católica los correspondientes impuestos (ICI, equivalente a nuestro IBI) sobre los bienes inmuebles que posee, con la excepción de aquellos edificios dedicados al culto. Mariano Rajoy podría hacer algo parecido si, antes de nada, derogase los acuerdos Iglesia-Estado firmados por Marcelino Oreja y Giovanni Villot en 1979 para, según se dijo entonces, “regular las relaciones entre ambos Estados en materia de mutuo interés”. Mucho interés, ¿para quién? La respuesta es obvia. Pero este Gobierno, que no sabe todavía de dónde sacar los 40.000 millones de euros necesarios para reducir el déficit impuesto por Alemania, carece de los arrestos necesarios para derogar un Concordato obsoleto e incomprensible por los ciudadanos en un Estado no confesional, como es el Reino de España. Mi particular retrovisor, menos desenfocado que el de Rajoy, me retrotrae sin siquiera pretenderlo a aquel Bienio Negro presidido por Lerroux y mangoneado por la CEDA que probó a liquidar los logros alcanzados en los dos años anteriores. El peor activo de Mariano Rajoy es, a mi entender, su pusilanimidad manifiesta. Debería leer “El principio de Peter” y sacar conclusiones.

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