martes, 13 de marzo de 2012

El nudo gordiano


El pasado día 12 de enero, Luis María Anson publicaba en “El imparcial” su habitual columna, que ese día titulaba “Juan Carlos I antes al lado de la ley que de la familia”. En uno de sus párrafos, Anson, en el penúltimo párrafo, hacía referencia al matrimonio astillado de Carlos y Diana, “empalidecidos los días de lujo y rosas, abrumado él por las heridas de la Historia todavía sin cicatrizar, encendidos en ella los ojos de cierva azul y engañada…, etcétera”, para llegar finalmente adonde quería llegar, o sea, al “caso Urdangarín”. Y contaba: “lo que ha hecho presuntamente Iñaqui (sic) Urdangarín es mucho peor que una decisión de amor, para muchos disculpable. Si el juez imputa primero al duque de Palma y le sentencia después, el daño que este deportista irresponsable habrá causado a la Monarquía resultará incalculable. A la Monarquía, al Rey, al Príncipe de Asturias y a la Infanta Cristina que, con sus cuatro idiomas, su título universitario y su máster en New York University, ha trabajado durante 17 años como simple empleada en La Caixa de Barcelona”. Ni que decir tiene que nadie puede poner en duda que la infanta Cristina hable varios idiomas, que posea una licenciatura en Ciencias Políticas y que haya hecho un máster en Relaciones Internacionales en la Universidad de Nueva York. Pero, al margen de que domine un rabo de idiomas, de su licenciatura, de su máster, de sus deportes favoritos, de que sea patrona vitalicia de la Fundación Gala-Salvador Dalí, de que haya patroneado con éxito el "Azur de Puig", de que en cierta ocasión presenciara en Cabo Cañaveral el lanzamiento del tercer satélite Hispasat, de que inaugurase en Zamora la IX edición de la exposición las "Edades del Hombre" y que desde 1993 trabaje para La Caixa, aunque no como simple empleada como cuenta Anson, lo cierto es, y eso no puede negármelo nadie, que a finales de 2011, su marido, el duque consorte, fue imputado junto con otros socios por la “Operación Babel”, una ramificación del caso Palma Arena, por la que el juez instructor José Castro Aragón, a instancias del fiscal anticorrupción de Baleares, Pedro Horrach, le citó para declarar en febrero de 2012. Lo que no puede negarme nadie, tampoco Anson, es que Cristina de Borbón y Grecia ha sido copropietaria de la sociedad Aizoon y ha sido miembro del patronato del Instituto Nóos, ambas instituciones implicadas en el caso, sin que hasta el momento haya sido encausada, aunque sería posible. Al final del artículo, a Ansón se le derrama el tarro de las esencias aludiendo a Juan de Borbón y Battemberg, para Anson Juan III, sobre el que dijo que estaría orgulloso del “comportamiento - ¿qué comportamiento?- y las palabras del hijo al que enseñó siempre, frente a las piruetas franquistas, el camino de la responsabilidad y del respeto a la voluntad popular libremente expresada”, en clara referencia al último discurso de Navidad del jefe del Estado. Las “piruetas franquistas”, como dice Anson, evitaron que Juan de Borbón fuese el sucesor de Franco a título de rey. A mi entender, éste carecía de cualquier derecho dinástico en España al ser hijo de un ex rey por haber perdido la Corona en 1931 obligado por el Pacto de San Sebastián. Dicho de otra manera, Juan Carlos de Borbón y Borbón Dos Sicilias fue sucesor de Franco como lo podía haber sido cualquier español del antojo del dictador. Lo dejó bien claro el 27 de mayo de 1962, dirigiéndose a los alféreces provisionales en el madrileño cerro Garabitas, cuando dijo aquello de “Me siento tan joven como vosotros.”, y añadió: “Todo quedará bien atado”. Franco, aquel día trabó un nudo gordiano que él creyó imposible de desamarrar, en referencia, quizás, a aquel campesino de Gordión que llevaba sus bueyes atados al yugo con unas cuerdas anudadas y de gran complicación para desanudar. Franco había enlazado a los treinta millones de mansos de solemnidad, en aquella carajicomedia del espanto, por los cataplines con el yugo y las flechas. Pero nunca se esperó el dictador que su sucesor, el hasta su muerte príncipe de España, imitara a Carlomagno durante su conquista del imperio persa y se enfrentara en Frigia al reto de desatar el nudo. Se limitó a cortarlo con la espada. Juan Carlos de Borbón, de manera parecida, dio en el quid para desasir aquel nudo gordiano que representaba el “Movimiento” al poco de ser nombrado por las Cortes jefe del Estado a título de rey. ¿Cómo lo logró? Desde luego sin utilizar espada ni cuchillo alguno. Simplemente haciéndole la concesión del título nobiliario de marqués al inmovilista Arias Navarro cinco minutos después de darle una patada en el trasero.

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