domingo, 29 de julio de 2012

Respirar de caridad



Que se hayan detectado por parte del Estado 14.376 contratos de trabajo falsos y 4.379 trabajadores que cobraban prestaciones indebidas en el primer semestre del año es la mejor medalla que podemos conseguir en esta olimpiada del fraude, que no cesa. La picaresca española agudiza el ingenio en época de vacas flacas hasta límites insospechados. Los timadores más ingeniosos y el gorroneo más acendrado afloran a la superficie carpetovetónica como las algas en el Ebro a su paso por Zaragoza. El Plan de Lucha contra el Empleo Irregular y el Fraude a la Seguridad Social impulsado desde el Gobierno y aprobado el pasado viernes en Consejo de Ministros va a poner a prueba la capacidad de acción, hasta ahora durmiente, de los inspectores de Trabajo. Este es un país donde los planes de lucha contra algo sólo han funcionado cuando se trataba de la Fiesta de la Banderita, con señoras fondonas y enjoyadas presidiendo mesas petitorias de campanillas a la puerta de centros  oficiales (Capitanía General, Banco de España, Catedral, etcétera), con el adorno de ramos de flores, fotógrafos de las revistas de la bragueta y los acordes serenos de una banda de música, civil o militar, interpretando “Suspiros de España”, “Amparito Roca”, “Soldadito español” o “Churumbelerías”. Unas mesas petitorias, digo, comprometidas en la lucha contra la tuberculosis o el hambre de los niños del Congo. A mi me da la sensación de que ese Plan de lucha contra el Empleo Irregular auspiciado por la ministra Báñez tiene los días contados. En cualquier cabeza cabe que el empleo sumergido forma parte consustancial de nuestra forma de vida. Se ejerce con devoción en todos los estratos sociales, desde ese magistrado que,  aprovechando sus horas libres, adiestra a opositores a la judicatura, hasta el tipo que arregla persianas a domicilio a precios muy competitivos. De no existir, como existe, la economía sumergida, ya me contarán ustedes cómo se explica que más de millón y medio de familias consigan vivir sin tener ningún ingreso. Báñez, esa ministra de prontos peligrosos y a la que le hierve el cerebro con el sol de verano, debería saber que el ciudadano corriente, que ya respira de caridad, debe esforzarse en comer al menos una vez al día aunque sea carne de perro, dicho sea sin mala intención.

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