jueves, 16 de agosto de 2012

El avión




Al avión hipersónico unido a una lanzadera e ideado por el Pentágono, que iba a viajar a cinco veces la velocidad del sonido y que hubiese podido hacer el recorrido Madrid- Nueva York en algo menos de una hora, le ha sucedido como a una nave que inventó don Pirulo allá por los años 30 del siglo pasado para que Roenueces pudiese hacer un viaje a la Luna, o como a Juanito Pedroche, que ideó unas alas para volar con unas lonas atirantadas y unas correas de persiana. Al avión supersónico se le ha ido su gozo a un pozo. Cuenta la prensa que su vuelo sólo duró veintitrés segundos en el aire, o sea, como esos aviones papirofléxicos que acostumbro a lanzar por la ventana del cuarto de estar a esas horas de la madrugada en las que no pasa un alma por la calle. El X-51A WaveRider, que así se llama el avión que no vuela cayó al Océano Pacífico al fallarle la aleta de control. Es la tercera vez que se intenta. Dicen que a la tercera va la vencida, pero no. El avión hipersónico supongo que estará en el fondo del mar, con las caracolas, los calamares y algún pecio repleto de doblones de oro. Yo, que quieren que les diga. He visto el avión en fotografía y, sin dármelas de experto, se me antoja  más parecido a un supositorio de “tosidrín”, o al  ferrobús que cubría el trayecto Zaragoza-Arcos de Jalón, que a una nave voladora. Tampoco dispone de alas ni de alerones y así no hay forma de hacerlo flotar en el aire. Protasio, mi conocido de bar que ya ha regresado de Salou, asegura que todo lo que carece de alas no remonta el vuelo, y que lo menos que se le puede pedir a un aeroplano, o a ese avión supersónico con nombre del espía colega del Superagente 82,  es que se mantenga en el aire; y a una estatua, que no se mueva. Por si acaso no lo hubiese entendido bien, Protasio me suelta: “¿Estás en lo que es?”. Y yo, sin saber qué contestar, me encojo de hombros ante gente tan aguda.

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