viernes, 24 de agosto de 2012

Poner hasta el cimbreo



Comienza la liga de fútbol y el Gobierno que preside Rajoy autoriza las corridas de toros por televisión después de seis años de ausencia. Wert pretende modificar las leyes para que el  Tribunal Supremo no pueda oponerse a las clases con sexos separados y dar satisfacción al Opus Dei. Montoro se cabrea con Soria; la vicepresidenta Sáenz de Santamaría intenta imitar al rey Salomón; la ministra de Sanidad compra cantidades masivas de vacunas antigripales sin conocer a ciencia cierta qué cepa será la responsable de los absentismos invernales; y el ministro de Justicia, que siendo alcalde de Madrid compró dos tuneladoras por un importe de 80 millones de euros cuando podía haberlas alquilado, se mira el ombligo en su torre de marfil. Este país es un desastre, se mire como se mire. Para Pablo Sebastián, “lo urgente era recuperar la imagen dañada de la Corona, como puntal del Régimen de la transición, que da claras señales de agotamiento empujado por la crisis, la corrupción, el deterioro institucional, y las enormes cifras del paro. Por ello, los poderes públicos y los fácticos del Régimen se han movilizado sigilosamente y a todo gas para salvar lo esencial de un sistema ya caduco, y cuyos beneficiarios se arremolinan en un intento desesperado de que la vigente decadencia del país no acabe con el tinglado de la farsa partitocrática”. El Rey se reunía con Rajoy el pasado miércoles y las risas que captaron las cámaras eran muy mosqueantes para los ciudadanos hartos. La obligación de Rajoy es dar explicaciones en el Congreso de los Diputados y aclarar en el Hemiciclo de una puñetera vez si España va a ser rescatada y, de ser así, cuándo. Este presidente todavía no se ha enterado de que España es una monarquía parlamentaria, que la soberanía reside en el pueblo y que es  a éste, al ciudadano que paga impuestos, al que el Ejecutivo debe dar explicaciones. El Parlamento, por si lo desconoce Rajoy, es el miura que debe lidiar. Los encuentros entre Rajoy y el Rey (eludiendo la tribuna de oradores del Congreso, como es su obligación) quedan muy pulcros para las fotos de prensa, pero no pasan de ser ese brindis al sol de un  torero de salón dispuesto a sacar unos naturales con la muleta a un becerro de cartón. Ya lo decía Cela: “Componer la figura sin toro es más meritorio que mantener el tipo. Si el toro, en vez de ser toro, es una mecedora o un bidet portátil, o un velador de mármol, o una máquina de coser, se le dice ¡je, toro! y, como no viene sino que se queda como tal cosa, uno tiene que poner todo de su cosecha: hasta el cimbreo”.

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