lunes, 20 de agosto de 2012

Sobre la muerte y la suerte



Leo el artículo de Juan Chicharro, “Atracción fatal”, en “República.com”. Este militar de carrera hace una buena reflexión sobre la muerte. Refiriéndose a ciertos himnos militares, como el de la Legión, Infantería, etcétera, en los que se ensalza la muerte en la  defensa de la Patria, señala: “Oiga, si la muerte llega, pues, mala suerte, pero de ahí a que se tenga que morir uno por obligación pues me parece que no; una cosa es estar dispuesto a dar la vida por un ideal y otra por obligación”. Estoy de acuerdo con su posición. Pero hay algo que se ha dejado en el tintero. Cuando Chicharro hace referencia a la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando colectiva al Regimiento de cazadores de caballería 14 Alcántara (mandada por el teniente coronel Fernando Primo de Rivera y Orbaneja, el único militar que en su día recibió a título individual la máxima condecoración), con casi noventa años de retraso, por su magnífica actuación ante la desbandada de tropas españolas en el desastre de Annual, hubiera agradecido que Chicharro explicase las causas de tal desastre, por causa directa de un irresponsable generalManuel Fernández Silvestre, Comandante General de Melilla desde el 12 de febrero de 1920, que no calculó sus fuerzas en mayo de 1921 ante el enfrentamiento con unos rifeños comandados por  Abd-el-Krim. La “aventura” era arriesgada cuando se contaba con recluta forzosa deficientemente entrenada, sin sueldo, mal alimentada, calzada y vestida; y, lo que es peor,  con un “miedo insuperable” ante la posibilidad de  poder caer presos en manos de los rifeños, cuyas torturas aplicadas superaban con creces el aguante humano ante el sufrimiento. También, al general Chicharro le hubiese agradecido que responsabilizara a Alfonso XIII de la sangría de Annual y de la ineptitud  de Silvestre,  al que convenció una delegación de la cabila de los Tensamán  para cruzar el río Amerkan y establecer una posición en el monte Abarrán, en contra de las órdenes de Berenguer. En resumen: según el expediente Picasso, aquella batalla se saldó con 13.363 muertos españoles frente a sólo 1.000 rifeños. Allendesalazar se vio obligado a dimitir como presidente del Gobierno y Alfonso XIII, causante directo del desastre por sus ánimos a Silvestre (con el telegrama donde se decía “Olé los hombres”) encargó a Antonio Maura formar un gobierno de concentración, donde formarían parte todos los grupos políticos. El gobierno Maura caería en marzo de 1922, y tras él los gobiernos de Sánchez Guerra y de García Prieto. El 13 de septiembre de 1923, Miguel Primo de Rivera daba un golpe de Estado ponderado por aquel descerebrado Borbón, al que le terminaría pasando factura el Pacto de San Sebastián. Con su precipitado exilio, Alfonso de Borbón y Battenberg perdía la Corona para él y para sus descendientes. Ahí se terminaban, ¡al fin!, los derechos históricos de los Borbones en España. Sus restos, a mi entender, nunca debieron regresar, como así se hizo y con honores de Jefe de Estado en 1980, al Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial. Juan Carlos  de Borbón y Borbón Dos Sicilias, nieto del anterior, nunca tuvo, como tampoco su padre, derecho alguno al Trono de España. Fue impuesto como sucesor por un dictador, Francisco Franco, que decía tenerlo todo “atado y bien atado”, y que tuvo, para mí, la “dudosa suerte” personal, tras haberse tragado carros y carretas,  de ser “consolidado” como rey de España por su inclusión (de rondón, que todo hay que decirlo) dentro del texto de una Constitución consensuada desde el miedo y que sería aprobada por los españoles el 6 de diciembre de 1978.

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