miércoles, 24 de octubre de 2012

Un museo para no visitar




Por fin las infantas Elena y Cristina has sido “distanciadas” de los reyes y de los príncipes en el Museo de Cera de Madrid. Los responsables de ese Museo del Horror primero quitaron a Jaime de Marichalar, el día en el que lo trasladaron en carretilla al callejón de la Plaza de Toros de Las Ventas de forma infame, como si fuera un alguacilillo que estuviese pendiente de la decisión del presidente para sacar el pañuelo y conceder la oreja, o el mozo de espadas del torero en plena lidia. Más tarde le ha llegado el turno a Iñaki Urdangarín, que no lo han trasladado al coso taurino sino al desolladero para ser  transformado en cirios pascuales. Y ahora les toca a las infantas, a las que se les ha dejado en la sala real, pero entrando, a la derecha, como si fuesen sopranos esperando alternativa para cantar a dos voces el “El adiós de Elsa” acompañadas por la Berliner Philharmonie, justo frente a un Rajoy en pleno uso de la palabra en la tribuna de oradores intentando argumentar unos recortes injustificables. Ya sólo quedan el rey, el príncipe, ambos de chaqué, y sus respectivas consortes, de traje largo. A este paso no sé qué va a pasar. Si les digo la verdad, a mí el Museo de Cera me parece una astracanada. Ver a Jarabo agarrotado o a Manuel García Cuesta, El Espartero, cogido por el ojo del toro “Perdigón” cuando se disponía a entrar a matar al volapié me producen consternación. Visitar el Museo de Cera de Madrid se me antoja como poner el pie en la Isla del Negro, en  la famosa novela de Agatha Christie. En aquella isla, los personajes iban siendo eliminados de acuerdo con cada una de las estrofas de una antigua canción infantil llamada “Diez Negritos”. No recomiendo su visita. ¿Quién desea ver modelados en cera a Cleopatra, a Fernando VII o al polémico Vargas Llosa? Lo único bueno que tienen los protagonistas es que no se mueven, que es lo menos que se les puede pedir a unas estatuas.

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