miércoles, 10 de octubre de 2012

Wert y su pretendida catequización




Recuerdo aquellas huchas que se depositaban en las escuelas de mi infancia. Eran unas mijarretas (dicho sea en fabla aragonesa) con cabezas de negritos y una ranura encima. Aquellas monedas recaudadas servían, según contaba el cura ecónomo en su visita anual a la escuela, para cristianar infieles. Los infieles, o sea, aquellos negritos del África tropical que aparecían dibujados en los botes de cartón del “cola-cao” cargando sacos, fueron los proveedores de aquel “milagro” de Nutexpa, empresa que nació en 1940 en Barcelona de la mano de José Ignacio Ferrero y José María Ventura y que lanzó al mercado el famoso cacao en polvo en 1946, con el apoyo publicitario de una canción muy pegadiza en la radio: “Yo soy aquel negrito del África tropical…”. Y aquel producto, junto a los cubitos de caldo concentrado “avecrem”, adormeció el terrible gusanillo de la hambruna de varias generaciones de posguerra. Curiosamente,  los empresarios Ferrero y Ventura pertenecían al barcelonés  Barrio de Gracia; y Luis Carulla, el fundador de “Gallina Blanca” (en principio llamada “Gallina de Oro”) tuvo su primera sede en el Paseo de Gracia. Pues bien, aquellos primeros cubitos “mágicos” estaban compuestos de onza y media de carne argentina y un extracto indeterminado de legumbres y hortalizas. Fue a partir de 1954 cuando apareció el “Avecrem”. En la cadena SER, cada viernes, Joaquín Soler Serrano transmitía el programa “Avecrem llama a su puerta”, donde se hacía realidad el sueño de un concursante si era capaz de superar las pruebas a las que era sometido. Pocos años más tarde, con el Plan de Estabilización de 1959, Cataluña absorbió gran parte del paro andaluz y extremeño que no se había atrevido a  marchar a Alemania y vivir dentro de un barracón. Cataluña, en suma, no sólo engañó el hambre calagurritano con sopicaldos para echar a los fideos y “cacaos maravillaos” sino que, además, proporcionó trabajo a muchos españoles del Sur que hasta entonces sólo sabían fabricar botijos y castañuelas y domeñar a niños-prodigio para hacer pésimas películas lacrimógenas producidas por Luis Lucia. Y, ahora, en el tiempo actual, cuando el hambre vuelve por sus fueros en España y los políticos prometen que el desempleo se arreglará cuando lo haga la economía, ¡largo me lo fiáis!, el ministro Wert no pone cabezas de negritos en las escuelas catalanas pero intenta castellanizar Cataluña, cuestión harto dificultosa. Acaba de decir ayer, en la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados, que “el interés del Ejecutivo es españolizar a los alumnos catalanes”, en una respuesta al diputado socialista Francesc Vallés, quien le replicó que “sus consideraciones son propias de la ‘formación del espíritu nacional’  [Plan del 57] que formaba parte del sistema educativo de la posguerra española”. Y no le falta razón.

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