jueves, 6 de diciembre de 2012

No hay nada que celebrar



De todas las noticias aparecidas hoy en la prensa, llama mi atención la muerte de Paul Emil Breitenfeld, artísticamente conocido como Dave Bruberk,  excelente pianista de jazz que cuenta con una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.  Su famoso  Dave Brubeck Quartet contó con la inestimable presencia de Paul Desmond, saxofonista fallecido en 1977 y que, posteriormente a la disolución del cuarteto en 1967, hizo grabaciones musicales con Gerry Mulligan. Desmond es el autor del ya clásico tema “Take Five”, que no me canso de escuchar en todas sus versiones, aunque mi preferida sea la de 1966. Del famoso tema “Take Five” el que sacó buen provecho fue Gerardo Díaz Ferrán, un sinvergüenza al que ha metido en la cárcel el juez Eloy Velasco, no por ese “Llévate cinco” de Desmond sino por un presunto alzamiento de bienes del tamaño de King Kong. Ahora dice la Casa del Rey que nunca ha pedido a la infanta Cristina que se divorcie de Urdangarín ni que deje de ser infanta. A mi entender, a los españoles no nos interesan en absoluto esas cuestiones palaciegas con  la que está cayendo, que es tremendo. “Primum vivere, deinde philosophare”. Hoy hace 34 años que los ciudadanos aprobaron la Constitución Española y, en el tiempo transcurrido desde aquel ya lejano 6 diciembre de1978, nos hemos dado cuenta de que ese código guardado en el “Arca de la Alianza” de los buenos deseos se ha modificado en varias ocasiones sin contar con nuestra aquiescencia. Los políticos utilizan descaradamente a los ciudadanos una vez cada cuatro años para que voten unas listas cerradas que confeccionan los partidos y, luego, si te he visto no me acuerdo. ¿Es eso una democracia? A mi entender, no. Es una oligarquía de partidos de la más baja estofa. La Constitución Española de 1978 fue una constitución consensuada desde el miedo. Debería modificarse y hacerse otra más coherente y desde la libertad en unas Cortes constituyentes, donde se preguntase a los ciudadanos algo que no se preguntó en su día, es decir, la forma de Estado. En España no existían derechos dinásticos desde 1931. Cuando un rey perdió la corona por el hecho de marcharse de España, como fue el caso de Alfonso XIII, carecía de valor aquel paripé de Franco en 1947; cuando, mediante un referéndum amañado, como todos los que se hicieron durante la dictadura, se decidió que España era un reino aunque sin rey. Un dato: la República nunca fue derogada en el BOE. La decisión de crear las Cortes se tomó en 1942 ante la evidencia de que las potencias fascistas no podían ganar la guerra, y era necesario ir tomando posiciones al lado de los aliados. Pero Franco se reservó la posibilidad de legislar por decreto ley, sin necesidad del concurso de las Cortes. ¡Toma ya! Y en 1966 se hizo un referéndum para corroborar la continuidad del régimen y apoyar la ley de Sucesiones. Y a dedo nombró un año más tarde sucesor a Juan Carlos de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, pasando por alto los “derechos” que reclamaba su padre, Juan de Borbón. Así quedaba todo “atado y bien atado”. Tan atado que no hubo forma de desenmarañar aquel nudo gordiano. Si les digo la verdad, no hay nada que celebrar mientras existan seis millones de desempleados, un veinte por ciento de la población española en la miseria, se hayan detraído recursos en Sanidad y Educación y tengamos un Gobierno del PP que, además de despreciar a los jubilados de forma infame, ha incumplido todas sus promesas electorales.

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