jueves, 20 de diciembre de 2012

Siente a un pobre a su mesa




En muchos hogares españoles deberíamos sentar a la mesa a un  pobre en Nochebuena. Donde cenan cuatro, cenan cinco. Pero, aquel que esté dispuesto a sentar a un pobre en su mesa deberá tener en cuenta ciertas premisas en evitación de que el pobre en cuestión pueda sentirse incómodo. Los pobres suelen ser muy triquismiquis cuando detectan determinados detalles indeseables. Por ejemplo, cuando se le coloca un periódico por la hoja de las esquelas debajo del asiento para que no pueda manchar el tapizado de la silla, o si nota cierto distanciamiento familiar cuando le ponemos unos cubiertos de plástico de usar y tirar, un vaso de cartón parafinado como los que utiliza McDonalds cuando tomamos un  “happy meal” y una servilleta de papel. Al pobre hay que dejarle que coma a su albedrío y que pele los langostinos del modo que Dios le dio a entender. Tampoco conviene darle la barrila con eso del nacimiento del Niño-Dios y el humilde portal de Belén. Él pobre, convertido en invitado por una noche, conoce mejor que nadie todos  los portales y todas las bocas de metro, y sabe lo que es pasar frío dentro de unos cartones y sin la compañía de la mula y el buey. Al pobre, tampoco hay que entregarle, en el momento de despedirle, una bolsa de plástico con la ropa vieja sacada del armario del abuelo difunto. Los pobres detectan cuándo la familia desea quitarse lastre de la misma manera que los perros nunca levantan la pata ni orinan en la puerta de la vivienda de los agonizantes. Y de ninguna de las maneras se le debe invitar, tras la copiosa cena, a ver la película “Plácido” en un cómo sillón de orejas mientras toma a sorbitos una copita de anís “Manolete”. Recuerdo que, en cierta ocasión, a mi abuelo no se le ocurrió mejor cosa que acercarse hasta la entrada de una parroquia en la que pedía limosna un pobre de solemnidad, para hacerle entrega de unos zapatos de color maleta que a él le quedaban estrechos. El pobre, muy digno, los rechazó. Le dijo a mi abuelo algo así: “se lo agradezco de corazón, pero yo siempre calzo zapatos negros”. Los pobres siempre se mueven en el vaivén del columpio del decoro y hasta saben palmar de un modo respetable.

No hay comentarios: