miércoles, 13 de febrero de 2013

Cigüeñas bilbilitanas



Los desahucios en nuestro país no solo llegan para los ciudadanos sino también para las cigüeñas. Los cicónidos, esas aves de cuello largo y porte majestuoso hacen nidos en las torres de las iglesias, ya cansadas y una vez que han traído a los niños desde París sujetos por el pico y deciden quedarse a vivir, como parece que sucede con los rumanos, que también son hijos de Dios. Pero sus nidos pesan cientos de kilos y  en algunas ciudades, como es el caso de Calatayud, se ha decidido sacarlas de su hábitat y no darles cuartelillo en las torres de las iglesias, como es el caso de San Pedro de los Francos o de la colegiata de Santa María. Pero los bilbilitanos, que son hospitalarios y respetuosos con el medio ambiente y con todo aquel que llega desde los pueblos aledaños para realizar compras, dar un paseo, o sentarse junto a la estatua de Pascual Marquina hasta que abra sus puertas la confitería Micheto, que elabora los mejores milhojas de España, los bilbilitanos, digo, han decidido instalar cuatro nidos artificiales en la ribera del Jalón, en el paraje conocido como “Las callejillas”, para que las cigüeñas no se marchen para instalarse en la vieja chimenea de la Azucarera de Terrer, por donde ya no sale humo; o sobre la espadaña de una ermita cercana a un pueblo en el que ya no nacen niños que vienen de París. Cuando desaparece un habitáculo desaparece también lo que había dentro. El día en el que desapareció “El Pavón”, con su olor a tabaco y a café recién hecho, también se desvanecieron el rutilante camarero Mingote y El Chava, limpiabotas de postín. Hay cosas para las que no tengo respuesta, porque cualquier respuesta me parecería una simpleza. Decía Borges: “Si supiera qué ha sido de aquel sueño que he soñado, o que sueño haber soñado, sabría todas las cosas”. Lo importante es que las cigüeñas se queden en Calatayud y puedan sobrevolar esas nubes diáfanas de sueños idealizados sobre el macilento cerro de Bámbola.

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