martes, 2 de abril de 2013

Anfiano Gerner



Anfiano Gerner i Copons cortaba entradas en el Cine Cervantes, en el barcelonés Paseo de San Juan, donde proyectaban diariamente dos películas y el “no-do” en sesión continua. A Anfiano Gerner i Copons le suspendieron para ascender a sargento y llegó un día en el que tuvo que marcharse de la milicia harto de reengancharse de cabo primero. Su fuerte no era la trigonometría para calcular los correctores de posición en  el disparo del cañón ni entendía los gráficos de trayectorias ni los sistemas de deriva ni el método taquimétrico ni las potencias de perforación en el cañón ametrallador Vickers de 40 milímetros. Empezó por suspender el test de cultura general al equivocarse en la respuesta sobre cómo se denominaba a los coleccionistas de sellos. Lo tenía en la punta de la lengua y a la hora de responder dijo: “sifilíticos”, en vez de filatélicos. Ahí empezó mal la cosa. Anfiano Gerner i Copons, ya siendo acomodador, tenía la mala costumbre de contar a los espectadores el final de las películas. Provisto de linterna y de unas zapatillas de fieltro negro para no hacer ruido en la tarima, vigilaba a las parejas de las últimas filas en evitación de que cundiese el desmadre. Si encontraba algo que no le cuadrara, enfocaba con la linterna a los ojos de las parejas y les decía muy serio: “¡chsss…!, que esto no es Sodoma y Gomera”. Anfiano Gerner i Copons había nacido en Agramunt, en el partido judicial de Balaguer, un 2 de abril y el cura, a la hora de bautizarle, se limitó a consultar el santoral del día. “A ver, a ver… martes de la Octava de Pascua…”. Dio opción  a los padrinos entre Anfiano, Edesio o Eutimio. Pero como los padrinos se encogieron de hombros sin saber qué responder, aprovechó el clérigo para ponerle el nombre de Anfiano. Los padrinos, resignados, se limitaron a preguntarle al párroco que si ese nombre, el de Anfiano, tenía forma hipocorística, verbigracia: Anfi; pero el cura, por cautela, les respondió que no, que habría que llamarle Anfiano, con todas sus letras. El que paga, manda, salvo en las cosas de la Iglesia. El folclore se deja para más tarde, cuando el padrino se arranca por derecho y lanza peladillas a los chicos desde la ventanilla del automóvil; y cuando, más tarde, se invita a la familia a chocolate con bizcochos de suela.

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