Anfiano Gerner i Copons cortaba
entradas en el Cine Cervantes, en el barcelonés Paseo de San Juan, donde
proyectaban diariamente dos películas y el “no-do” en sesión continua. A Anfiano Gerner i Copons
le suspendieron para ascender a sargento y llegó un día en el que tuvo que
marcharse de la milicia harto de reengancharse de cabo primero. Su fuerte no
era la trigonometría para calcular los correctores de posición en el disparo del cañón ni entendía los gráficos
de trayectorias ni los sistemas de deriva ni el método taquimétrico ni las
potencias de perforación en el cañón ametrallador Vickers de 40 milímetros. Empezó por suspender el test de cultura general al equivocarse en la respuesta
sobre cómo se denominaba a los coleccionistas de sellos. Lo tenía en la punta de
la lengua y a la hora de responder dijo: “sifilíticos”, en vez de filatélicos.
Ahí empezó mal la cosa. Anfiano Gerner i Copons, ya siendo acomodador, tenía la
mala costumbre de contar a los espectadores el final de las películas. Provisto
de linterna y de unas zapatillas de fieltro negro para no hacer ruido en la
tarima, vigilaba a las parejas de las últimas filas en evitación de que
cundiese el desmadre. Si encontraba algo que no le cuadrara, enfocaba con la
linterna a los ojos de las parejas y les decía muy serio: “¡chsss…!, que esto
no es Sodoma y Gomera”. Anfiano Gerner i Copons había nacido en Agramunt, en el
partido judicial de Balaguer, un 2 de abril y el cura, a la hora de bautizarle,
se limitó a consultar el santoral del día. “A ver, a ver… martes de la Octava de Pascua…”. Dio
opción a los padrinos entre Anfiano,
Edesio o Eutimio. Pero como los padrinos se encogieron de hombros sin saber qué
responder, aprovechó el clérigo para ponerle el nombre de Anfiano. Los
padrinos, resignados, se limitaron a preguntarle al párroco que si ese nombre,
el de Anfiano, tenía forma hipocorística, verbigracia: Anfi; pero el cura, por
cautela, les respondió que no, que habría que llamarle Anfiano, con todas sus
letras. El que paga, manda, salvo en las cosas de la Iglesia. El folclore se deja
para más tarde, cuando el padrino se arranca por derecho y lanza peladillas a
los chicos desde la ventanilla del automóvil; y cuando, más tarde, se invita a
la familia a chocolate con bizcochos de suela.
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