miércoles, 3 de abril de 2013

Mingote en el recuerdo




Una tarde, a principios de los ochenta, asistí a una conferencia en el Ateneo de Zaragoza, cuando el Ateneo estaba en el sitio de siempre, o sea, en la planta alta del Casino Mercantil. Compartían mesa Emilio Romero y Antonio Mingote. Al final, cuando ya salían para tomar las escaleras, le pedí a Mingote un autógrafo. Me miró con cara de circunstancias y tomando la cuartilla que yo le ofrecía me hizo a tinta negra una cara ovalada de cuya frente salía una flor que quedaba situada entre la nariz y la boca. Y al lado su firma, “A. Mingote”, con esa “g” que siempre se me antojó parecida a una hormiga. Le puse un marco a la cuartilla y desde entonces la conservo como si poseyera un cuadro de Benjamín Palencia. Hay cosas que no tienen precio, sólo el valor que se les quiere asignar. Para mí, Antonio Mingote fue algo más que un dibujante del ABC.  Fue un observador de su tiempo. En el ABC del día 4 de abril de 1912, Catalina Luca de Tena lo definió como “maestro del funebrismo”, como, según ella, lo fue de igual manera César González-Ruano; Esperanza Aguirre, entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, sobre la que dudo que haya leído la primera parte de “El Quijote”,  lo catalogó como “discípulo de Cervantes”; y Ana Botella, alcaldesa de la Villa, escribió que era catalán de origen, cuando todo el mundo sabe que nació en Sitges con casualidad, y de ahí hizo el salto a Madrid, pasando por alto sus años juveniles en Calatayud, en Teruel y en Daroca.  Catalina Luca de Tena dio en la diana. Fue maestro del funebrismo, pero lo fue por la época en la que le tocó vivir, como antes lo fueron otros, por ejemplo Alejandro Sawa, donde cuenta Andrés Trapiello (en la presentación de “Iluminaciones en la sombra” que hizo de modo magistral por encargo de Nórdica Libros) que “por su velatorio circuló toda la bohemia de Madrid, desde los canallas y golfos de la calle a los viejos amigos. Todo el mundo hizo su frase. Menudearon en los periódicos los retratos del difunto, con ganas la gente de lucirse un poco a costa del muerto, por quien, pese a todo, parecían sentir una admiración sincera. Quizás le estaban agradecidos póstumamente por haberles dado esa oportunidad de lucirse en el funebrismo”. Y, cómo no, el funebrismo lo encontramos en Valle-Inclán, encarnado en su personaje Max Estrella en “Luces de bohemia”;  en los pintores Gutiérrez Solana, Darío de Repollos, Zuloaga y, también,  en el “feísmo” que plasmó Eugenio Lucas en los lienzos sobre una España sórdida y grotesca. En fin, hoy hace un año que murió Antonio Mingote, exoficial del Ejército, pintor, dibujante, académico de la Española, Doctor “Honoris Causa” por la Universidad de Alcalá de Henares y alcalde honorario del Parque del Retiro. El Rey le nombró marqués de Daroca tarde, pocos meses antes de su muerte. Más vale tarde que nunca, como fue el caso de Delibes. Lo cierto es que hace un año que murió Antonio Mingote y España sigue moviéndose en el desbarajuste. Lástima que no esté ya presente para dibujar esas viñetas que eran fiel reflejo de lo que acontecía. Él sabía que los mediocres no perdonan. Y que tampoco dimiten. Algunos políticos tienen tanto pánico al cese que hasta duermen con la luz encendida. Han hecho de una frase de san Juan de la Cruz su lema: “para ir a donde no se sabe hay que ir por donde no se sabe”. Y no aciertan.

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