lunes, 3 de junio de 2013

Aunque sea de Bilbao...




El maestro shaolín de Bilbao, Juan Carlos Aguilar, más conocido como Huang  C., tricampeón de kung fu, había aprendido su disciplina -como señala El País- en la provincia china de Henan, y hasta fue entrevistado por Punset en su programa “Redes”. El maestro shaolín de Bilbao, digo, ha cometido presuntamente varios asesinatos y ha producido cierta consternación en los lectores de la prensa diaria. Eso, posiblemente, no hubiera tenido excesiva importancia para un señor de Londres, que toma el té a las cinco, o a las cuatro por la hora del Gobierno. Ese señor de Londres, que es fácil que lea a Maigret o a Sherlock Holmes las tardes tediosas de lluvia conoce relatos mucho más espeluznantes cometidos por Jack el Destripador ((Jack the Ripper en inglés), aquel asesino en serie que se movía por el distrito de Whitechapel como Urdangarín por Valencia, es decir: más galán que Mingo. Jack era un hombre astuto, inteligente, frío y maestro en el arte del manejo de bisturí. El maestro shaolín, de apellido Aguilar, también parece que maneja bien los cuchillos y las katanas con el aseo de los samuráis. Pero miren ustedes por dónde, al maestro shaolín lo ha trincado la Ertzaintza. A Jack, en cambio, nadie le pudo echar el lazo durante la época victoriana. El español carece de flema aunque limpie agallas causadas por el tabaco cada amanecer, y eso le distingue del anglosajón. La flema inglesa consigue que el británico sea reservado, no acostumbre a exteriorizar sus sentimientos y suela permanecer impasible ante las situaciones más escabrosas. A un inglés le puede horrorizar, sin embargo, que un español unte una tostada con mantequilla en la taza de café, o el desagradable olor a ajo. Y cuando un británico recibe inesperadamente la visita de unos parientes a los que odia siempre les pone en la mesa brócoli al horno para que sufran. He leído en algún sitio que “después de la muerte de María Tudor (hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón y que en 1554 se casó con Felipe II siendo príncipe, al que conoció por medio de un cuadro de Tiziano, que le había hecho al entonces príncipe de cuerpo y que se conserva en el Museo del Prado), Inglaterra se encontraba sumida en el más absoluto caos. Las guerras religiosas estallaron y para zanjar el asunto los protestantes anglófilos decidieron echar a la hoguera a los católicos hispanófilos. Para celebrar esta ocurrencia tan audaz, un cocinero de un suburbio del East End puso a la venta ratas asadas con el nombre de  Little Roasted Spaniards (Españolitos Asados). El éxito fue tal que el rey Felipe II envió un correo a la embajada inglesa en Madrid  instándole a tomar medidas para solucionar tan bochornosa situación. Al cabo de una semana la reina inglesa ordenó sustituir a las ratas por culebras, en gesto de buena voluntad”. Los españoles carecemos de la  flema británica y cuando alguien en este país se desmadra, enseguida lo trincan y lo encierran, aunque sea de Bilbao.

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