sábado, 8 de junio de 2013

Barroso, Rajoy y los siete enanitos




Un tal Pérez, de aspecto siniestro, con  pelo y barba  teñidos como el choclo del maíz, es el presidente del Comité de Expertos que acaba de dar en el chiste de la fórmula de sostenibilidad en las pensiones. ¡Eureka! Este presunto experto y otros once presuntos expertos más pretenden de forma colegiada que se vincule el cobro de las pensiones futuras a la esperanza de vida de los jubilados, al número de beneficiarios y a los ingresos y gastos de la Seguridad Social. Lo que equivale a decir, tal y como andan las cosas en España, que las prestaciones irán disminuyendo salvo que haya superávit en las cuentas de la Seguridad Social. Pero como esas cuentas están transferidas a las Comunidades Autónomas y éstas, las Comunidades, ni pagan a farmacéuticos ni salen del socavón de los números rojos, queda claro que los jubilados perderán poder adquisitivo hasta límites insospechados. Eso de la fórmula de sostenibilidad de las pensiones es como lo de la Renfe, cuando alguien, un  presunto experto, decidió que se partiera en dos, como un melón: en Adif y en Renfe Operadora, para más tarde cerrar estaciones de f.c. y quitar trenes. En ese nuevo plan que ahora se contempla,, digo, aparecen en escena el FRA y el FEI; es decir,  el Factor de Revalorización Anual y el Factor de Equidad Intergeneracional. En el FRA se deberán tener en cuenta las finanzas de la Seguridad Social y en el FEI, la “supuesta” carrera de vida del pensionista, cosa que sólo Dios lo sabe, además del señor Pérez. O sea, el IPC dejará de ponderar y sólo servirá para que sea sacado a relucir en las tertulias televisivas por parte de unos engolados economistas o de unos pasiegos telepredicadores armados de tiza y pizarrilla. Pero claro, tanto el señor Pérez como su combo de genios de la lámpara mágica, que más se asemeja la Banda del Empastre en la plaza de toros de Bogotá que a otra cosa más seria, han generado todo este enjambre de magnitudes “esotéricas” desde la perspectiva de una situación anormal en nuestra economía, es decir, con un país en recesión y cuando el partido que sostiene al Gobierno, y el Gobierno mismo, son incapaces de poner freno a un gasto desorbitado en las cuentas del Estado y a su monstruosa deuda pública galopante. El FRA tiene trampa mientras existan 6 millones de desocupados, jubilaciones anticipadas permitidas y una Seguridad Social en vías de liquidación por “cese en el negocio”, o sea, por ese intento desvergonzado de  privatizar lo que hasta ahora funcionaba bien. Lo que acontece en Madrid, por poner un ejemplo, es de libro. Lo del FEI será un castigo injusto sin duda alguna para la generación del “baby boom” de  los  60, cuando los gobernantes de entonces, curiosamente como los de ahora, sólo se centraban en el turismo y en el mercado inmobiliario sin tener en cuenta el I+D, esa asignatura siempre pendiente. En este país el 90% de las empresas son pymes y están descapitalizadas, los sueldos de sus trabajadores están recortados y la pretensión de hacerse hoy en día con un plan de pensiones que intente aminorar su desesperación creciente es difícil para ciudadanos revolcados en el merengue de la hipoteca, con sueldos tercermundistas y sin expectativas optimistas a la vista. Ante este panorama, donde muchos pensionistas deben hacerse cargo de descendientes en paro y sin perspectivas de trabajo a la vista; y donde, como señala José Oneto,  “muchos colegios han dado la señal de alarma al comprobar que sus alumnos se desmayan, tienen mareos y presentan síntomas de malnutrición porque no suelen desayunar ni en ocasiones cenar, algo que han empezado a hacer en los Colegios, que han empezado a preocuparse sobre qué harán durante el verano cuando terminen las clases y se cierren las aulas”, de nada sirve que Durao Barroso diga, como así lo dijo el pasado miércoles en Bruselas ante Rajoy y siete ministros que le acompañaban, que “antes había un drama en España, y hoy no”. Algo parecido le diría, supongo, el rico Epulón al pobre Lázaro cuando éste se acercaba a su mesa en solicitud de unas migajas de pan. Anda, vámonos. El último que apague la luz.

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