miércoles, 5 de junio de 2013

Bromas, las justas



Leo en el diario ABC la “ácida” broma que Poe y  Conan Doyle gastaban a sus amigos. “Los escritores disfrutaba enviando un anónimo que rezaba ‘Nos descubrieron. ¡Huye!’ y esperando ver cuántos de sus amigos hacía caso a la advertencia”. No está mal como guasa, si tenemos en cuenta que todo el mundo tiene algo que ocultar. Imaginen que un bromista mandase a determinados políticos actuales un anónimo parecido. Estoy seguro de que se produciría de inmediato una “espantada” en los escaños del Congreso para meterse debajo de las piedras, dicho sea en sentido figurado, porque en el Congreso sólo puede uno intentar zafarse tras los leones de Ponzano y poner cara de “netol”, en un vano intento de poder ser confundido por los peatones de la Carrera de San Jerónimo con un anuncio de limpiametales. A Urdangarín, por ejemplo, que no es un político sino un presunto “robaperas”, que alguien le mandase una nota diciendo “Nos descubrieron. ¡Huye!”, significaría que posiblemente echaría a correr como una gacela, como ya hizo en Estados Unidos cuando asomaron por una calle de Washington una periodista y un fotógrafo. Pero tal huida hacia ninguna parte, en el supuesto caso de la nota manuscrita, le descentraría un poco; o sea, no sabría muy bien si la nota haría referencia a los desmanes en Nóos,  al “copia y pega” de sus informes supuestamente originales y por los que luego cobraba cifras millonarias a organismos públicos y empresas privadas, o a la tesina  elaborada por el alumno Gregorio Méndez, dirigida por el profesor Francisco Parra y leída en noviembre de 2000. Y no digamos nada de Ana Mato, que dice que “hay que juzgar a cada uno por sus hechos” y se ha quedado tan pancha; o de Jaume Matas, por el caso Palma Arena; o de Juan Cotino, ese personaje de novela que “escapó” de Jordi Évole para no dar explicaciones sobre la gestión del metro de Valencia y un siniestro insuficientemente aclarado…, y así todo. O sea, cuando se envía un anónimo entendido como una broma, como acostumbraban  Edgar Allan Poe y su amigo  Doyle, hay que tener mucho cuidado a quién se le despacha. Hay demasiados ciudadanos con rabo de paja y, ya saben, bromas, las justas.

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