martes, 23 de julio de 2013

Iberoamericanización




Abuchear a los Príncipes de Asturias o a la Reina se está poniendo de moda allá donde éstos aparecen y por el motivo que sea. Al Rey, ¡menos mal!, le dejan en paz porque casi no sale de La Zarzuela. Los españoles están confundiendo a los miembros de la Casa Real con Cagancho en Almagro. La última ha sido hoy en Cáceres, donde los Príncipes habían acudido para presidir un grupo de trabajo con los responsables de las delegaciones del Instituto Cervantes. De cualquier forma, a los grupos de trabajo hay que dejarles trabajar. No hacen falta presidencias regias ni principescas porque, entonces, por aquello de los protocolos, ni se trabaja ni se está en lo que se tiene que estar. No obstante, los cacereños, mejor dicho, un grupo de manifestantes cacereños, ha aprovechado para airear banderas republicanas (de la Segunda República, quiero decir) y gritar eso de “España mañana será republicana” y “los borbones a los tiburones”. Pero el Príncipe no se ha despeinado y ha incidido en apostar por la “iberoamericanización”, que es una palabra que tiene tela marinera, como diría Antonio Burgos. Pero hombre, Alteza, si ya estamos iberoamericanizados. ¿Le parece poco lo que vemos por las calles de las ciudades españolas? Aquí estamos iberoamericanizados, achinados, amoriscados, acongolados, aburundizados y rumanizados. Hay momentos, cuando salgo a dar una vuelta, en los que tengo la sensación de que el extranjero peatón soy yo. A los iberoamericanos, en su mayoría ecuatorianos, se les conoce enseguida por llevar los pantalones caídos, eso que se ha dado en llamar calzones cagados, y una gorra visera puesta del revés. A los subsaharianos, por el color de su piel y su dedicación a la venta ambulante de nimiedades; a los chinos por disponer de todos los bares de la barriada, por lo mucho que gritan al hablar entre ellos y porque escupen en el suelo con demasiada frecuencia; a los marroquíes por hacer corrillos tapando las calles y hablando mal de este país; y a los rumanos,  en su mayoría de aspecto agitanado, por su afición al trinque de cobre en polígonos industriales y por pasarse las horas muertas jugando a las máquinas tragaperras. De ninguna de las maneras está en mi ánimo que a los borbones se les eche a los tiburones. Todo el mundo tiene derecho a la vida, también ellos. Además, en las costas españolas no hay ni jaquetones ni escualos. Digo más, pronto no tendremos ni  bocartes ni anchoas en nuestros caladeros, ni barbos, madrillas, truchas o carpas en nuestros ríos. Pero de eso a que nos iberoamericanicemos va un trecho. Eso de los lazos humanos, históricos, sociales y culturales pertenecen a otra época. España ni es madre de 22 naciones ni ná de ná. Ya ni siquiera es madre de 17 Comunidades Autónomas. Que se lo cuenten a los catalanes cuando ondean la bandera de Aragón con la estrella de “Damm” para reivindicar mediterráneamente que no quieren estar españolizados. ¡Como para pedirles que se iberoamericanicen! Yo, quede claro que no me considero hermanado ni con Evo Morales ni con Nicolás Maduro ni con Raúl Castro ni con Cristina Fernández de Kirchner. Vamos, ni primos segundos.

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