domingo, 14 de julio de 2013

Nada es lo que parece




Cualquier garito de hospicianos al que algunos osados pretenden considerar como bar han descubierto, como quien inventó la pólvora, que pueden dar de comer en una mesa de plástico sin un mínimo trozo de papel debajo del plato y sin disponer de categoría de restaurantes. En cualquiera de sus mesas te puedes sentar al filo del mediodía y no pasan cinco minutos sin que aparezca un camarero vestido con camisa negra –nunca he entendido la razón por la que de un tiempo a esta parte todos los camareros van vestidos de pantalón y camisa negra- para indicarte que esas mesas están reservadas para las comidas, como viene a suceder en casi todos los chiringuitos playeros horteras. Y encima de levantarte de la mesa se permiten el tuteo como si te conocieran de toda la vida. ¿Las comidas? Qué comidas. Pues bien, resulta que a todos los bares, por modestos que éstos sean, les ha dado por servir huevos rotos y solomillo de ibérico con pimientos del piquillo. Yo siempre tuve devoción por los pimientos del piquillo, hasta el día que descubrí que las latas que habitualmente compraba en la tienda de ultramarinos más próxima a mi domicilio procedían del Perú aunque estaban enlatadas en Peralta, Falces, Cintruénigo, Villafranca, Tudela, etcétera,  localidades todas ellas de Navarra. Algo parecido sucedía con los espárragos. El día que hice tal descubrimiento dejé de consumir esos pimientos procedentes del otro lado del Charco y los espárragos que se expendían bajo una contundente marca relacionada con las gónadas masculinas por una simple cuestión de dignidad. Pues bien, algo parecido sucede ahora con esos solomillos de ibérico, esas variedades de cerdo que se dividen en  negras y coloradas que ocupan determinadas dehesas de encinas, alcornocales, castaños y algarrobos del suroeste peninsular y Salamanca; y en el Algarbe y el Alentejo, en Portugal. El cerdo ibérico se caracteriza por su  capa coloreada, hocico alargado, orejas en visera y sus altas extremidades, que le posibilitan el pastoreo y lo cualifican como un excelente andarín. ¿Cómo sé yo que lo que degusto –me refiero también a los embutidos- procede de cerdo ibérico? Y ayer tuve otra sorpresa.  Para cocinar utilizo vinos blancos de pasto envasados en “tetra pak”, o como diablos se llamen. Pero ayer descubrí que el “Don Simón”, de Bodegas García Carrión, procedía de Chile, pese a los excedentes de vinos de baja calidad, esos vinos de mesa infames que yo defino como vinos“químicamente puros”, que existen en España y que hasta se tiran por la cabeza los gañanes en las fiestas de los pueblos. ¿Esta es la “marca España”? Para llorar.

No hay comentarios: