jueves, 11 de julio de 2013

Pingo's Market




Me parece importante la labor que “Pingo´s Market” cumple en beneficio del Centro de Rehabilitación y Apoyo Psicosocial de la Fundación Rey Ardid en colaboración con el Ayuntamiento de Calatayud. Y me parece significativo por lo que tiene de altruista. Lamento no poder estar estos días en la Plaza del Fuerte dada mi afición por los cachivaches viejunos. Hasta, quien sabe, podría haber encontrado un lapicero a medio uso del excelente dibujante Melendo, la plancha de cocina de “Magritas”, un bote de betún de “El Chava”, unos azucarillos para el café del viejo “El Pavón”, un viejo futbolín del Bar Furniés y hasta algún frasco de licor “Monasterio de Piedra”, de la botillería de Casa Esteve. Todo se ha ido escapando de mis manos del adolescente que un día fui como el polvillo de mariposa de entre los dedos. En el Paseo, recuerdo que había un bar, el Bar Cortijo, donde uno de aquellos camareros de barra, tal vez fuese el dueño, no sé, se había dedicado, antes que a la hostelería,  a viajar en una “montesa” tratando de vender por los pueblos de la zona miel de la Alcarria, queso manchego y embutidos de sabe Dios dónde. Todo ello lo portaba en unas grandes alforjas laterales de su moto y aún le sobraba sitio. Eran tiempos en los que el ruidoso Mercado, hoy desaparecido, tenía vida propia como no he conocido en otros lugares de España: en sus alrededores aparecía un aguador todas las mañanas que portaba una enorme cuba sobre un carro, entre la bulla de los muchachos de la Academia Izquierdo,  el “Hispano-Suiza” del frutero Rausell, el sonido de las campanadas del Viejo Ayuntamiento y ese fantasma que siempre se me antojaba que fuese a salir de un momento a otro por la embocadura de la calle de Gotor al estilo que acontece en las procesiones zamoranas, donde siempre asoma Barandales. Sé que echar de menos el pasado es un torpe recurso de defensa. En “Pingo’s Market” todo se habrá improvisado, supongo, como en una mudanza repentina en la que se olvidan cosas que no aparecen nunca más y de las que nos damos cuenta de su ausencia cuando ya estamos haciendo la mudanza para otro traslado en ese carrusel de la melancolía. Uf, qué calor…

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