martes, 15 de octubre de 2013

El Tío de la Mariscada y el gato de los Bohórquez





Antonio Burgos tiene mucha gracia cuando hace referencia al Tío de la Mariscada. Y cuando señala que UGT es mucho más aficionada a las mariscadas que Comisiones Obreras. La culpa, que siempre hay que echársela a alguien por su mal ejemplo, la tuvo Borbolla a bordo del bateau-mouche sobre el Sena en la década de los 80. Pero José Ginel, secretario de Comunicación de UGT Andalucía, negó la existencia de irregularidades. Según éste, se trató de “una comida acciones difusión VII acuerdo”, como así constaba el concepto que puso  en la factura el sevillano restaurante Puerto Delicia el 21 de diciembre de 2009, por la comida navideña de UGT: “Treinta raciones de langostinos, 1.080 euros; seis pargos al horno, 126 euros; seis cilindros de foie, 90 euros; seis botellas de riojas de reserva Marqués de Arienzo, 114 euros, entre otras muchas viandas que llevaría tiempo detallar. Total 2.047’90 euros y que se endosó a la Junta de Andalucía presidida por Griñán, justificando tan abultada cifra como “procesos de negociación colectiva en el VII Acuerdo de Concertación Social. Total, nada. A 100 euros por cubierto a cuenta del trinque de la subvención. Todo eso viene a cuento con un artículo que acabo de leer en “El Correo de Andalucía”. En su “Gazapera”, Manuel Bohórquez, crítico de flamenco de ese diario, contaba el pasado 10 de octubre en su artículo “Objetos nadadores no identificados” lo siguiente: “La primera vez que vi un langostino no me atreví a comérmelo. A Palomares del Río iba todos los años un hombre que montaba una atracción de feria en la Plazoleta, y me hice amigo suyo. Le ayudaba un poco y me daba algunas pesetas. Un día me dijo con mucho misterio que tenía un regalo para mí y era una cajita de madera con una docena de langostinos grandes metidos en nieve. Jamás había visto uno de cerca. Ni sabía lo que era. (…) Llevé a mi casa los langostinos y mi abuelo los puso en un lebrillo con un poco de agua a ver si se movían. No se movían porque estaban cocidos, claro, pero eso lo supimos años después. (…) “Los vamos a dejar ahí hasta mañana y si nadan entonces nos lo comemos, que no me fío ni un pelo de estos bichos tan raros”, dijo Popá Manué. (…)  Por la mañana no había ni un langostino en el lebrillo y una gata que teníamos, Ramona, estaba durmiendo al sol con una barriga impresionante”. Una barriga, supongo, parecida a la del Tío de la Mariscada.

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