sábado, 19 de octubre de 2013

El tricornio de Tejero





El tricornio de Tejero se iba a subastar y al fin su familia ha retirado esa especie de “maquina de escribir”, o de montera según los nórdicos, de la sala de subastas Durán, por no considerar tal pieza como la utilizada por ese teniente coronel en el intento de golpe de Estado de 1981. El tricornio original, que hubiese tenido un precio de salida de 6.000 euros, se conserva en el domicilio familiar de los Tejero como oro en paño. No cabe duda de que, con el tiempo, esa prenda militar aumentará de valor, no por lo que vale sino por lo que representa en la historia reciente de España. A mi entender, romanticismos aparte, el tricornio de Tejero debería estar depositado en el Museo del Ejército, de la misma manera que se conserva el sillón que Franco utilizó en Burgos o una falsa espada del Cid. Lo falso, cuando el tiempo transcurre, ya no importa que sea simulado. El visitante al museo, que ha pagado su entrada, tiene derecho a creerse que es auténtico todo lo que está dentro de las vitrinas y jamás pone en duda su autenticidad, aunque ésta sea postiza. Es lo mismo que sucede en el teatro o en el cine. Los espectadores son conscientes de la farsa, pero se excitan, suspiran, hipan y sollozan en las butacas en función del argumento proyectado. También en el circo. Dejó escrito Antonio Gala que “el payaso nos distrae con una inocencia simulada: una inocencia demasiado grande para ser verdadera, que deja al descubierto, por torpeza, los trucos de los demás artistas, y acaba por burlarse del maestro de ceremonias que gobierna la escena”. Este país es como un circo de tres pistas. En la primera de ellas aparece Emilio Botín, en Nueva York,  trasladando a los medios informativos que este es un momento fantástico para España,  que todo el mundo quiere invertir aquí y que entra dinero de todas partes. En la segunda pista nos topamos de frente con los informes de Cáritas y con los últimos datos sobre el empleo de la Encuesta de Población Activa. Y en la tercera pista asoman los rebuscadores en los cubos de basura, que ya son legión. El tricornio de Tejero está bien donde está, es decir, en la valija de las remembranzas de la casa de los Tejero, junto a la posterior teresiana que impuso Luis Roldán y una pequeña réplica en cartón-piedra del caballo de Pavía. Todos los suspiros de la España cañí caben dentro de un baúl, del baúl de la Piquer.

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