jueves, 26 de diciembre de 2013

Tranvías




Me encanta el tranvía y ese deleite me embarga desde la niñez, cuando por algún motivo mis padres me traían a Zaragoza. Había uno de ellos que partía de la Plaza de la Seo y terminaba en la Academia General Militar. En su trayecto por la antigua carretera de Huesca, en el Arrabal zaragozano, el tranvía de vía única debía hacer ciertas paradas de espera al otro que venía en dirección contraria. Para ello, se disponía unos carriles suplementarios en los se apartaba uno de ellos hasta que pasase el que iba en dirección contraria. Era unos viejos armatostes conducidos por un señor de traje de pana y gorra de visera que conducía de pié y movía parsimoniosamente una especie de manivela de un lado para el otro. Ante el peligro, hacía sonar una campañilla. Su pareja, el cobrador, permanecía sentado en un lateral cerca de la puerta trasera y, si era menester, salía del vagón para echar unas paladas de tierra sobre los raíles cuando las ruedas patinaban por el hielo, o a colocar el trole sobre la catenaria cuando se salía. Los tranvías eléctricos nacieron en Zaragoza durante las Fiestas del Pilar de 1902 y las ancianas jardineras de trasporte animal sirvieron desde entonces de remolque a los coches eléctricos. Años más tarde, a finales de los 60, en Barcelona tomaba todos los días el tranvía  número 56, “Roger-Sants”, para ir al trabajo. Éstos eran más modernos que los existentes en Zaragoza y el conductor iba sentado y accionaba unos pedales. Sin embargo, por aquellos años, todavía quedaba uno de ellos muy antiguo y de color amarillo, el que circulaba entre La Verneda y el Zoo del Parque de la Ciudadela. Aquella Verneda de Sant Martí seguía todavía como a principios del siglo XX, cuando sus casitas bajas con jardín eran trasladadas a los lienzos por los componentes de “la colla del Safrá”. Mas tarde descubriría los tranvías de Lisboa, que trepan por las cuestas como lagartijas. Y ahora, con ocasión de una visita a Parla para hacer unos mandados, he podido subirme a unos tranvías verdes y pasear en ellos por unos descampados. En el tranvía, como en el agua, reside toda la melancolía.

No hay comentarios: