jueves, 16 de enero de 2014

Las bicicletas son para el verano


Válgame san Cojoncio el susto que me llevo al cuerpo cada mañana leyendo Heraldo de Aragón mientras desayuno. Ahí va la noticia: “Un ciclista resulta herido tras tropezar y caer al río desde el Puente de Piedra”. Parece raro tras el arreglo que hicieron los socialistas en los tiempos de González Triviño, quitando los voladizos y las barandillas de hierro al Puente y sustituyéndolas por mampostería de piedra de más de un metro de altura. Pues bien, como cuenta el periódico de la familia Yarza, resulta que “un joven de 20 años circulaba fumando por el puente zaragozano y ha caído al río, consiguiendo refugiarse en una isleta donde ha sido rescatado por los bomberos”. En primer lugar, no entiendo qué tiene que ver que fuese fumando;  y en segundo, no comprendo la  extravagante pirueta del muchacho. En la vida se ven cosas difíciles, pero ahí no llego. En cierta ocasión, visitando el pueblo de Moros, patria chica de la madre de Mesonero Romanos, me contó un anciano del lugar que allí no había cojos. La razón era que si  alguien se caía, se mataba. Algo parecido sucedía en la calle zamorana de Balborraz  cuando se helaba,  que si tropezaba un ciudadano no le salvaba ni Viriato, que por cierto cuenta con una estatua en su memoria. En Sevilla es distinto. Lo dice la bulería que cantaba Mariquita Heredia: “Puentecito de Triana / se rompió la barandilla/ y el coche cayó en el agua”. También el Ebro se tragó un autobús de emigrantes la noche del 19 de diciembre de 1971. Murieron nueve viajeros (entre ellos, cinco niños con edades comprendidas entre los nueve meses y los trece) además del  chófer. En fin, hay caídas que terminan muy mal, como la del Imperio Romano en tiempos de Flavio Rómulo Augústulo. La del muchacho caído al Ebro, cuyo nombre desconozco, se me antoja espectacular. Y es que las bicicletas, como dejó escrito Fernán Gómez, son para el verano.

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