jueves, 30 de enero de 2014

Un pasodoble para bien morir





Al alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, le sucede como a los toreros de postín cuando dicen que se van pero no se van. No quiere hablar sobre las primarias del PSOE para elegir candidato a la Alcaldía. Hace poco, por aquello de que Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía, no se le ocurrió cosa mejor que intentar dejar peatonal la calle de don Jaime I, esa que todos conocemos como San Gil,  y se armó cierto revuelo entre los comerciantes de la zona. Coincidió con los sucesos de Burgos y Belloch, muy hábil, tuvo que recoger carrete. Ya se pretendió hacer peatonal el Puente de Piedra y una asociación de vecinos, la de Arrabal, puso el grito en el cielo. A Belloch no le conviene que haya un “gamonal” en Zaragoza al estilo de Burgos. El alcalde quiere marcharse por la puerta grande, que en Zaragoza no sabemos cuál es. Porque en Zaragoza había doce puertas: Ángel, Cinegia, Valencia, Toledo, Sol, Portillo, Quemada, Don Sancho, San Ildefonso, Santa Engracia, Duque de la Victoria, y Carmen. De toda ellas sólo queda en pie una, la Puerta del Carmen, a la que estuvo adosado el antiguo Café de Levante. Una puerta que no sabemos cuanto tiempo durará en pie, no porque esté a punto de derrumbarse sino por la apetencia de algún alcalde que aún está por llegar y al que se le antojará poner una glorieta con la estatua ecuestre de González Triviño, el alcalde de los adefesios, o de Amado Franco (¡vaya nombrecito!), que es el que está en poder de la cuerda de trenzado en Ibercaja, ahora que asoma por  Puerta Oscura la alargada sombra del ocaso de los dioses. Zaragoza no va a ser menos que Burgos, que tiene la estatua del Cid Campeador, o que Zamora, que tiene la estatua de Viriato, o que Logroño, que tiene la estatua de Espartero, o que Santander, que tiene la estatua de Velarde, o que Teruel, que tiene la estatua de El Torico. La Puerta de Valencia se derribó en 1867  para ceder sitio a la Universidad en la que se licenció en Derecho Manuel Azaña (también ya derruida por unos munícipes insensatos) y para ensanchar la plaza de la Magdalena; La Puerta del Sol y la Puerta de Sancho se derribaron en 1868 a petición de los vecinos; la Puerta del Portillo, en 1896; la Puerta de Santa Engracia, en 1902, al comenzar las obras del tranvía promovido por Basilio Paraíso; la de San Ildefonso, en 1903 para hacer un colector en el Mercado Central; la Puerta del Duque de la Victoria, en honor de Espartero, en 1919; y así todo. Pues nada, que  Juan  Alberto Belloch se largue de una vez por la puerta grande, a los acordes del pasodoble “La Puerta Grande”, compuesto por la maestra Elvira Checa, que es un pasodoble para bien morir. Todo menos quedar como Cagancho en Almagro.

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