domingo, 16 de febrero de 2014

El regreso sefardita





En su artículo “La llave”, publicad hoy en El País, Manuel Vicent hace referencia a la expulsión de los judíos llevada a cabo por los Reyes Católicos el 31 de marzo de 1492 mediante el Edicto de Granada. Se puso a los judíos entre la espada y la pared: o se bautizaban  o debían abandonar el territorio. Catorce años antes se había instaurado la Inquisición en el Reino de Castilla y nueve antes en el Reino de Aragón, con el fin de perseguir a los judeoconversos tachados de “marranos”; es decir, aquellos hebreos que se bautizaban para continuar viviendo en nuestro territorio pero que seguían clandestinamente conservando sus costumbres anteriores y su antigua religión.  Dice Vicent: “Al ser aventados a un exilio apátrida los judíos se llevaron la ciencia y el comercio. Aquí quedaron los cristianos viejos con el tocino, la hidalguía, el jubón raído y la hoguera”. Pero, curiosamente, aquel rancio Edicto de Granada no sería oficialmente derogado hasta 1970, el año del famoso “juicio de Burgos”. Sólo un año antes Franco, por su avanzada edad, se había visto obligado a designar un sucesor “a título de rey”. Ya en 1391 las juderías de Castilla y de Aragón habían sido masacradas. En Sevilla, en 1378, se mandó derribar las sinagogas y requisar los libros de oraciones. En Castilla, en 1412 se ordenó que los judíos se dejen barba y llevasen un distintivo rojo cosido a la ropa para poder ser reconocidos (para poder “seguirles la pista”, diría yo); y en Aragón se declaró ilícita la posesión del talmud (libro que recoge las discusiones sobre leyes judías, tradiciones, costumbres, historias y leyendas) y se limitó el número de sinagogas por aljama, es decir, por cada comunidad judía que autogestionaba la recaudación de los diversos impuestos que la Corona imponía sobre ellos. “En el bazar de Estambul –sigue relatando Manuel Vicent en su artículo- un sefardita comerciante de ámbar me contó que sus antepasados vivían en Toledo y él había realizado varios viajes a España con la llave de una puerta que solo estaba en sus sueños. La puerta ya no existía, pero pensó que, tal vez, la cerradura pudiera andar perdida en manos de algún chamarilero. Después de recorrer cientos de anticuarios por toda España un día se produjo el milagro. Entre los cachivaches de una almoneda, que regentaba un gitano de Plasencia, el sefardita encontró una cerradura herrumbrosa del siglo XV en la que su llave encajaba y funcionaba perfectamente”. Bien está lo que bien acaba.

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