martes, 18 de febrero de 2014

Tirar de la manta




El pasado domingo, en “El regreso sefardita”, comentaba algo sobre otro artículo de Manuel Vicent (“La llave”) aparecido ese mismo día en El País. Hacía referencia Vicent a la expulsión de los judíos en 1492 de aquellos individuos que no desearon ser bautizados. Vicent, ameno como siempre, refería en su artículo un bazar de Estambul  donde conoció a un sefardí que guardaba como un tesoro la llave de la casa de Toledo desde sus antepasados y, también, que éste había hecho varios viajes a España donde, en cierta ocasión, encontró en la almoneda de un gitano de Plasencia una cerradura herrumbrosa que abría esa llave. La razón por la que vuelvo a aquel artículo de Vicent está relacionada con una noticia que aparece, hoy martes, en El Periódico de Aragón: “Los moriscos piden los mismos derechos que tendrán los sefardís”. Pues bien, Lo primero que habría que decirle al redactor de la noticia es que el plural de sefardí (que deriva del hebreo “sefard”, topónimo bíblico que la tradición identificó con la Península Ibérica) es sefardíes. Los judíos conversos fueron despectivamente conocidos como marranos, de la misma manera que los musulmanes que se convirtieron al cristianismo fueron conocidos como moriscos, quienes dejaron buena parte de España sembrada de edificios de estilo mudéjar, sobre todo en Teruel. Pese a su conversión, los moriscos siguieron hablando en árabe y  manteniendo las  tradiciones culturales del Islam, hasta que una orden de Felipe III obligó a su expulsión definitiva. Así, entre 1609 y 1613 tuvieron que marchar a la diáspora alrededor de 300.000 “cristianos nuevos”. Por otro lado, se sabe que tras el edicto de expulsión de los judíos, los marranos (también “cristianos nuevos”) se vieron obligados a cambiar, además de religión, de tradiciones, costumbres y apellidos. Los “cristianos viejos”, con el recelo de los incultos, exigieron “limpieza de sangre” hasta el punto de que hubo que escribirse los nombres de esos marranos en unos grandes lienzos (mantas) que de inmediato colgaron de iglesias y catedrales. Así, la “manta” de Tudela (colgada en 1610 en la capilla del Cristo del Perdón, permaneció allí hasta mediados del s.XIX) es un ejemplo de ello y fue famosa al llevar inscrita más de doscientos “mantudos”. La expresión “tirar de la manta” proviene de aquella sinrazón y significaba, ayer y siempre,  “descubrir lo que había interés en mantener secreto”, entonces referido al deseo de que las generaciones futuras supieran la verdad sobre la “pureza de sangre” de los “cristianos viejos”. Pero todo estuvo rodeado de una gran hipocresía. Por algo reza el refrán: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”.

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