lunes, 30 de junio de 2014

El eunuco Daoíz




Carolina Godayol se dio cuenta un día de que uno de los dos leones del Congreso de los Diputados, el eunuco Daoíz, carecía de bolsa escrotal y de sus correspondientes testículos. Lo puso en conocimiento de la autoridad competente y ésta decidió, conocida su manifiesta pusilanimidad, que traía más cuenta dejarlo como está, por no modificar la obra de Ponciano Ponzano, autor también del frontispicio. A Carolina Godayol le gusta que las obras estén completas, como debe ser, y el hecho de contar con un león capado en el Congreso, por mucho que se éste se llame Daoíz, le produce una cierta sensación de frustración e incomodo. Luego llegan los turistas, le hacen fotos por delante y por detrás y al regresar a sus países de origen las analizan. ¡No digamos nada si esos turistas son japoneses! Con razón podrán pensar, que el pensamiento es libre, que si la estatua leonina de las escalinatas carece de cojones ni que decir tiene lo que se supone que habrá dentro, en el hemiciclo. En la inauguración del Congreso, en 1850 por Isabel II, donde ahora están los leones Daoíz y Velarde mirando a los transeúntes de la Carrera de San Jerónimo, se pusieron en su día  dos grandes farolas que no fueron del agrado de los parlamentarios y tuvieron que ser retiradas ante sus protestas, pese al enfado del arquitecto Narciso Pascual Colomer. Se buscó otra solución, en solicitar del escultor zaragozano Ponciano Ponzano, entonces amigo de Francisco Javier de Quinto,  entonces  jefe de la Casa Real, y que le ayudaría a convertirse en el escultor oficial del Congreso. Comenzó los trabajos en bronce aprovechando cañones tomados al enemigo en la guerra de África (decía que el mármol traía mala suerte, tal vez por su estatua de la Libertad del madrileño Panteón de Hombres Ilustres; o por el panteón del general Manuel de Ena, existente en la capilla de Santa Ana, en El Pilar; o por el busto de su amigo Juan Bruil en el Cementerio de Torrero, que no sé) pero murió sin haberlos terminado. Pues bien, una vez retiradas aquellas farolas de mal gusto fue cuando Ponzano pensó inicialmente colocar dos leones. Pero la mala situación económica de España, donde los presupuestos del Estado no daban para mucho, obligó a que Ponzano utilizase para su obra materiales de ínfima calidad; es decir, yeso pintado para que pareciesen leones de bronce y diese el pego. Y la intemperie se encargó de que tales materiales no aguantasen un año de vida. Se proyectó otra pareja de leones y se recurrió al escultor José Bellver, que los esculpió de granito y de unas ridículas dimensiones. Tampoco gustaron y fueron retiradas. Y aprovechando que se habían requisado varios cañones al enemigo en Marruecos, se optó por fundirlos para unas nuevas esculturas que fuesen más duraderas. Entonces el Gobierno, que, como sucede ahora, sólo acertaba cuando rectificaba, volvió a pensar en Ponzano. La fundición se llevó a cabo en Sevilla en 1866 y se colocaron los leones Daoíz y Velarde en su actual emplazamiento en 1872. Al teniente Ruiz lo dejaron para más adelante, como a Cascorro. Y aquellos leones de piedra esculpida fueron depositados en unos almacenes del Estado en la confianza de que los madrileños se olvidasen de ellos. Pero, miren ustedes por dónde, terminaron en el Jardín de Monforte (Plaza de la Legión Española), en Valencia, para dar escolta de Rita Barberá, que es la fondona Isabel II de la tierra de las flores. En fin, a Carolina Godayol le invito  a que se acerque hasta el zaragozano Puente de Piedra sobre el Ebro para que pueda admirar in situ los cuatro leones del escultor Rallo. Están muy bien dotados, más aún que el caballo de Espartero existente en el Espolón de Logroño, que ya es decir. Sería como un desagravio hacia el eunuco Daoíz, que lo echa todo en melenas.

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