domingo, 14 de septiembre de 2014

Cebollas




No tengo nada en contra de la cebolla de Fuentes de Ebro, con denominación de origen protegida. La producción de este año parece ser que superará los 4 millones de kilos y estoy seguro de que su recogida en el campo, y su posterior puesta en los mercados nacionales y extranjeros, ayudará a paliar de alguna manera el bache económico actual, con pocos visos de solución. Pero si les digo la verdad, a mí me gustan las cebollas de toda la vida,  las “grano de oro”, esas que hacen llorar cuando las picamos. Las cebollas de Fuentes de Ebro, con todos los respetos hacia los agricultores de esa zona aragonesa,  no me son de utilidad para confeccionar determinados platos. Hace pocos días las utilicé para hacer unos calamares en su tinta, que tanto me gustan cuando van acompañados de arroz blanco, al que antes de ponerlo en la mesa lo he lavado al grifo para quitarle buena parte de su almidón. El resultado fue que aquellos calamares tenían sabor dulce y la culpable de aquel dulzor, para mí nada agradable, era debida a la cebolla utilizada. Sucede algo parecido con la cebolla morada procedente de Italia y con la escalonia francesa. El gran cocinero Ángel Muro estaba convencido – y así lo dejó escrito en El practicón- de que “sin la cebolla no sería posible la cocina”. Y en su libro  enseña de un modo fácil cómo hacer sopa de cebolla, puré de cebolla, cebollas rellenas y cebollas asadas. Curiosamente, ese magnífico tratado de cocina no hace muchas referencias a la cebolla caramelizada ni a las morcillas de cebolla.  Tampoco me consta haber leído algo referente a la confitura de cebolla,  hoy debidamente envasada en frascos de cristal por la empresa murciana Hero  y a la venta en la mayoría de los supermercados. Deberé seguir buscando.

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