viernes, 12 de septiembre de 2014

Diadas, transplantes y mascletás





Transplantes de corazón aparte, como hoy escribe José Luis Trasobares en el periódico zaragozano del Grupo Z, “¡que los catalanes voten de un puta vez y así saldremos de dudas!”. Ya se sabe que un catalán puede llevar un corazón trasplantado de un sevillano, o viceversa. También de un lituano o de un señor de La Almunia de doña Godina. Lo que dijo ayer Mariano Rajoy es una auténtica chorrada. A los españoles, que apenas sabemos quién fue Felipe V, nos trae al pairo el tal Rafael Casanova, partidario del archiduque Carlos, que tomó el pendón de santa Eulalia en 1714. También, los homenajes florales que le rinde año tras año la Generalidad,  o que un tipo queme una bandera de no sé dónde. Si tanto quieren los catalanes a ese héroe romántico, que le pongan su estatua de bronce en un palco del  Camp Nou, como la tiene  Fernando Pessoa en un velador del café A Brasileira en el lisboeta barrio del Chiado. Así, entre gol y gol, entre penalti y fuera de banda, éstos podrían vitorearle y besarle hasta sacarle más brillo a su rostro en bronce que los niños zaragozanos al caballito de La Lonja. Y si no quieren que esté solo en el palco, que le hagan otra estatua a Antonio de Villarroel, que no hablaba catalán, y que los coloquen juntos, como si fuesen la pareja de la Guardia Civil en plaza de tercera sin enfermería. La Guerra de Sucesión no se acabará nunca en Cataluña mientras los catalanes tributen un raro culto de dulía a sus propios fantasmas del pasado. Pero, ¿de qué agravios hablan? Hombre, ya se sabe que Mateo Bruguera mitificó los hechos en su “Historia del memorable sitio y bloqueo de Barcelona y heroica defensa de sus fueros y privilegios de Cataluña de 1713 y 1714”. Por cierto, hace ahora un año, en su artículo “La falsa mitología de la Diada catalana” (diario Abc, 05/09/2013), Segi Doria, haciendo referencia a Agustí Calvet y la “exasperación falsa de la teoría romántica de las nacionalidades”, contaba que Gaziel (tal fue su pseudónimo) demandaba una historia renovada de Cataluña y “que se dejara para siempre de contar aquello que podría haber sido y no fue, para decirnos lo que ha sido y lo que es; así podríamos llegar, por fin, a ver claramente lo que puede ser”. Más claro, agua.

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